MISCELÁNEA DE PENSAMIENTOS HERMÉTICOS. Francisco Ariza

jueves, 1 de octubre de 2020

"SEMBRAR AL VOLEO"


Hemos aprendido a vivir en la oscuridad y adaptarnos a las pautas que marca el tono sombrío que caracteriza a todo fin de ciclo, como el que estamos viviendo. En este medio nos movemos con soltura, sembrando al voleo como labradores que somos de la celeste cultura, aunque no nos preocupamos de los frutos de nuestra acción pues conocemos por experiencia que “el hombre propone pero Dios dispone”. 

Sabemos, además, que entre lo posible y lo real no hay ninguna diferencia, sino más bien identidad, o sea que la regeneración es aquí y ahora (“más luego es nunca” dice el poeta), como tampoco hay diferencia entre el ser y el conocer. La Gracia Divina no contabiliza el “debe” y el “haber”, pues en el “negocio” en que nos hemos embarcado por libre voluntad y por amor a la Sabiduría los intereses son completamente otros, desconocidos para quienes han apostado todo a la ruleta rusa de este mundo a la deriva. Han perdido toda esperanza en una regeneración abducidos por el "gran letargo colectivo", esa espesa y espantosa niebla de la mediocridad que nos distrae de nuestro verdadero objetivo y nos sumerge en una estéril melancolía, sintiéndonos como humo de paja que se lleva el viento del olvido.

Sin embargo, desde la perspectiva metafísica, y alquímica, siempre existe la oportunidad de la rectificación. Desde esa perspectiva no hay culpas, que siempre conducen al sentimiento de la autocompasión (muy cercano a la moralina social-religiosa), sino errores nacidos de la ignorancia, para la cual, siempre, el único remedio es el Conocimiento, la Gnosis. Por eso no basta con las "buenas intenciones", de las que está empedrado el camino del infierno, como dice el refrán. 

Paracelso hablaba de que el ser humano está en permanente combustión, y funciona como un atanor, imagen que conviene perfectamente y define la naturaleza ígnea del alma humana. No hay regeneración sin la actividad permanente de ese fuego, que es físico a un nivel, y solo hay que ver cómo trabajan ciertos órganos corporales para percatarse de ello. 

Pero aquí lo que interesa es despertar ese otro fuego que está "oculto", más fino, diáfano y traslúcido, del cual nos habla el Hermetismo de todas las épocas, de tal manera que la sutilísima luz que de él se desprende sea capaz de atraer otras energías, otras influencias, que nos permitan ir ascendiendo por la escala de los cielos planetarios y extraplanetarios, revistiéndonos de sus cualidades por asimilación. 

Esa luz es una forma que toma la Inteligencia cuando se manifiesta sin trabas en nuestra conciencia. Por eso mismo, la experiencia del viaje del Conocimiento se vive como una paulatina liberación de los lazos psicológicos, que al comienzo son muy espesos y harto difíciles de desanudar, quizás por las propias leyes de la gravedad que a esos niveles nos atraen "hacia abajo", e impiden el "vuelo" hacia otros paisajes y geografías, aquellas que describieron los poetas y bardos de las expediciones que hicieron los héroes míticos por los mares y tierras celestes. 

A esos lugares del alma cósmica y humana se llega tras invertir el sentido de la dirección de esa misma ley de la gravedad que, habiéndose transmutado en la fuerza del Amor, lejos de atraernos hacia abajo nos impulsa "hacia arriba", hacia los mundos superiores, descritos en su conjunto como una ciudad, la Ciudad Celeste, en donde hay "muchas moradas" pero una única Luz que las ilumina.

En realidad no estamos muy lejos de la Tierra celeste. De hecho la llevamos siempre con nosotros; y es más, nunca hemos salido de ella, tan sólo nos habíamos dormido imaginando sueños imposibles y por tanto irreales.

Al Ser solo le interesa lo que se oculta en la cámara más secreta de nuestro corazón, pues allí Él se reconoce en lo humano, y viceversa, lo cual no deja de ser una forma de expresar el misterio de la UnidadFrancisco Ariza 

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Imagen del frontispicio: Johann Daniel Mylius. Opus medico-chymicum, emblema 29 de los Sellos de los Filósofos, 1618.