MISCELÁNEA DE PENSAMIENTOS HERMÉTICOS. Francisco Ariza

miércoles, 16 de diciembre de 2020

FEDERICO GONZÁLEZ, O LA BELLEZA COMO UNA FORMA DE CONOCER

Federico González Frías consagró toda su vida a cultivar la relación con las Ideas más altas, e hizo de esa relación el signo de su identidad como ser humano. Y lo que él intuyó, meditó, reflexionó, maduró o conoció directamente de los Mundos superiores lo quiso transmitir a sus semejantes, a todos aquellos que acudieron a su llamado y se reunieron con él en el centro de la plaza pública, como un Sócrates de nuestros días. Él pertenece, por tanto, a la estirpe de los grandes transmisores de la Filosofía Perenne, un nombre de la Tradición Primordial. 

Y no hay transmisión, o al menos esta no es completa, si no lleva en sí misma la fuerza evocadora de un tiempo y una realidad “otra”, reminiscente, que sólo se puede expresar mediante el lenguaje nutrido de la contemplación de la Belleza, que no olvidemos es un nombre divino, Tifereth en la Cábala, el corazón del Árbol de la Vida. Portadora de una luz inmaterial, sutil, al mismo tiempo que ilumina el caos de las tinieblas inferiores por participar del Intelecto divino la belleza es también una energía que nos arrebata hacia arriba, alimentando el ardor y la pasión del alma en la búsqueda del Conocimiento. La belleza como un presentimiento, o mejor, como una intuición directa del cielo. Acerca de ella, dice Federico en su Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos:

Intuir la belleza y ser uno con ella es una forma de Conocer, una síntesis perfecta de la unicidad que se expresa por su intermedio. El éxtasis arrebatador del amor, la manifestación como música de las esferas y la serenidad que nos llega por estos motivos no son sólo maneras de expresar este hecho que conjuga al sujeto que conoce y al objeto que despierta, la Intuición Intelectual, hermanados en la misma Inteligencia y llevados por ella en presencia de la Sabiduría”.

Estas palabras de Federico resuenan también en las de Platón:

"¿Acaso crees –dijo– que es vana la vida de un hombre que mira en esa dirección, que contempla esa belleza con lo que es necesario contemplarla y vive en su compañía? ¿O no crees –dijo– que sólo entonces, cuando vea la belleza con lo que es visible, le será posible engendrar, no ya imágenes de virtud, al no estar en contacto con una imagen, sino virtudes verdaderas, ya que está en contacto con la verdad? Y al que ha engendrado y criado una virtud verdadera, ¿no crees que le es posible hacerse amigo de los dioses y llegar a ser, si alguno otro hombre puede serlo, inmortal también él?” (El Banquete, 211d-212b). Francisco Ariza

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