Ciertamente la piedra angular es lo “excepcional” de
la obra arquitectónica, cósmica y humana. Ella es una Idea que si la intuimos
es también por el vacío que deja su ausencia en el alma, o mejor su olvido, lo
cual no es de extrañar pues cada día bebemos un trago de agua del río del
Leteo, como un veneno que nos va matando lentamente, pues como todos sabemos el
olvido de la esencia es una especie de muerte. Es un desarraigo de la patria
celeste, y tal vez por esto una de las denominaciones que se ha dado a la
piedra angular sea la de lapis exillis, la “piedra exiliada”, caída del
cielo. En realidad es lo que más anhelamos conocer, pues en ella reside la
verdadera identidad de lo humano, que paradójicamente es de naturaleza
suprahumana.
“Jesús le dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida;
nadie viene al Padre sino por mí”. (Juan 14-6).
Es el esoterismo, es decir el Espíritu contenido en la
letra, el que revivifica permanentemente el exoterismo. La Piedra Angular, el
Polo, la Tradición Primordial… son expresiones que de hecho sirven para
simbolizar también al Maestro Jesús, y su Enseñanza, que desde luego tiene una
lectura metafísica incuestionable, presente en todos los Evangelios. De lo
contrario no se entenderían los numerosos hombres y mujeres de Iglesia, y
católicos de base, que han sido verdaderos esoteristas y hermetistas, todos los
cuales han recreado para su tiempo el Evangelio Eterno. El mismo Jesús dejó
dicho a Pedro (el exoterismo) que Juan (el esoterismo, la Iglesia interior)
permanecería hasta su segunda venida:
“Viéndole Pedro dice a Jesús: ‘Señor, y éste, ¿qué?’
Jesús le respondió: ‘Si quiero que se quede hasta que yo vuelva, ¿qué te
importa? Tú, sígueme” (Juan 21, 20-23).
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