MISCELÁNEA DE PENSAMIENTOS HERMÉTICOS. Francisco Ariza

miércoles, 1 de enero de 2020

DEL "NACIMIENTO DE LOS DIOSES" Y DE "DIOS EN NOSOTROS"

Recordábamos en la nota anterior que los cinco últimos días del año eran vividos entre los antiguos aztecas como un “regreso al caos” indeterminado. Eran los días nemontemi “baldíos”, “nefastos”, o “llenos de vacío”, y que todo eso facilitaba experimentar el no ser, como paso necesario para todo verdadero cambio de estado.

En otras tradiciones, como la Egipcia, estos mismos días no tenían ese cariz que le daba la cosmogonía azteca, si bien coincidía con ella en ese carácter “atemporal”, en los que el tiempo ha dejado de existir como tal. Estos días fueron creados por Thot (el Hermes egipcio), y se llamaban heru renpet "los que están por encima del año", o sea los que no están en el tiempo, por eso también recibían el nombre de mesut necheru "del nacimiento de los dioses", concretamente de cinco de ellos: Osiris, Isis, Horus, Neftis y Seth.

Eran días vividos como nuevas posibilidades dentro del “tiempo atemporal” y mítico donde “nacen los dioses”, posibilidades que se volcarán sobre el cosmos determinando así el curso del gran tiempo cíclico donde se cumplen los destinos de todos los seres manifestados. Se dice que Thot durante el nacimiento de los dioses evitó que a estos les diera la luz de Jonsu, el dios lunar, o sea que durante el parto de los cinco dioses Thot retiró toda referencia a la medida del tiempo, ya que la luna, con sus movimientos periódicos (Jonsu quiere decir “viajero”), genera las primeras medidas del curso temporal advertidas por el hombre. Ritualmente se vive el regreso al tiempo mítico, atemporal, teogónico, donde nacen los dioses a perpetuidad.

Si en un ejercicio de analogía simbólica esto lo trasladamos a la tradición cristiana, esos días “abismales”, “por encima del tiempo” o “del orden cósmico”, comenzarían tras el día de Navidad, prolongándose hasta el último día del año. Es como si en realidad este, el año-tiempo, terminara el 25 de Diciembre con el nacimiento de Cristo, y no diera comienzo nuevamente hasta el 1 de Enero, consagrado a Emmanuel, “Dios con nosotros”, o “en nosotros”, que es el nombre del Mesías anunciado por los ángeles (equivalentes a los dioses) con las siguientes palabras: "Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad". (Lucas 2: 8-14).

Jacob Böhme. Cristo convirtiéndose en humano. El triángulo central invertido simboliza la “matriz cósmica” donde se genera el Hijo de Dios y del Hombre.

Emmanuel, que santifica el primer día del “año nuevo” es como una promesa o germen del nacimiento de “Dios en el hombre”. Es una posibilidad real que se realiza en y gracias al tiempo y sus ciclos, como el de los 360 días del “año civil” (un modelo a escala de los grandes ciclos cósmicos), días que se corresponden con los 360 grados de la circunferencia. Cada uno de esos días está consagrado a un aspecto de la divinidad a través de sus intermediarios humanos y celestes (al igual que en todas las cosmogonías) contribuyendo al crecimiento interior de ese germen, crecimiento que en el Cristianismo (y en la antigua tradición de Mitra) culmina el 25 de Diciembre con el nacimiento del “Sol Invicto”, del Niño-Dios, o Niño-Alquímico, pues se trata de la transmutación o regeneración de la naturaleza humana en su Principio divino, lo cual no sería posible si ese Principio no estuviera ya presente en el corazón de lo humano. Francisco Ariza


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