La idea de la Unidad no sólo pertenece al ámbito de la metafísica, que es el más elevado, sino que está presente en todo cuanto existe, incluido naturalmente el “gobierno de la ciudad”, que es lo que significa el noble arte de la política. De la “polis”, o la “civitas, nace precisamente la civilización.
La idea de la Unidad es por tanto arquetípica. Es la que legitima cualquier ley humana, pues es también el principio que “armoniza” las partes de un Todo, sea éste el cosmos, la civilización, la ciudad, o cualquier organismo vivo. La parte refleja al Todo al que pertenece, como la multiplicidad refleja a la Unidad, como bien lo expresa la llamada “proporción áurea” en el simbolismo geométrico.
La idea de la Política, con mayúsculas, también deriva de ese principio de Unidad. En el centro de la polis antigua estaba el sabio recordando a sus conciudadanos que las leyes que articulaban su civilización derivaban de ese principio, inmutable y atemporal. Ese principio de Unidad debía ser preservado en todos los cambios acaecidos en el devenir temporal, cambios motivados por las circunstancias cíclicas, a las que debían adaptarse las leyes que gobernaban la ciudad, o la civilización.
La “permanencia” de ese principio en el tiempo es un reflejo de lo que Dante llamaba el “perfecto orden divino”, que no es otro que la Cosmogonía, el Orden cósmico. Con esa continuidad de lo esencial se evitaba que su mundo sucumbiera en el caos y la desintegración. La presencia de las ideas metafísicas en la sucesión temporal se manifiesta a través del Dharma, la “Ley cósmica”.
Dante, uno de los padres espirituales de Europa, sabía de la gravedad de la época en que le tocó vivir, una época de transición donde estaba en juego el destino de Occidente y el sentido superior de su civilización. También nuestra época tiene ciertos paralelismos con la de Dante, pues ahora igualmente está en juego el destino de nuestra civilización y de nuestra cultura, si bien, y por razones cíclicas, lo que está en juego realmente son los destinos de la humanidad entera.
El célebre historiador inglés Arnold Toynbee decía que muchas veces la caída de las civilizaciones se producía cuando la cultura -y la política que es inseparable de ella añadimos nosotros-, tomaba las formas más inferiores y groseras al dejar de estar el gobierno en manos de los más sabios y pasar a manos de los más ignorantes (que lo son precisamente por olvidar los principios a los que aludimos, aunque a veces estén doctorados en las universidades más prestigiosas, por decir algo), y por tanto los más peligrosos. Francisco Ariza
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