MISCELÁNEA DE PENSAMIENTOS HERMÉTICOS. Francisco Ariza

viernes, 30 de marzo de 2018

IGNE NATURA RENOVATUR INTEGRA


Igne Natura Renovatur Integra (I.N.R.I.): “El Fuego Renueva Entera la Naturaleza”. Esta expresión del hermetismo cristiano, presente también en el grado dieciocho de la Masonería Escocesa, es un santo y seña para el verdadero alquimista, una especie muy rara entre tantos “sopladores de carbón” como abundan hoy en día. Se hace “como que se trabaja” en el proceso de transmutación interna, pero para empezar se desconoce qué es y qué significa ese Fuego y esa Naturaleza que ha de ser renovada íntegramente por él.

Puede pasar, y de hecho pasa, que los que han sido “llamados”, o incluso “escogidos”, se hayan “olvidado” del objeto de esa renovación, que son ellos mismos, cada uno consigo mismo, y se distraen y tontean con algo tan sagrado como es la herencia de una Tradición recibida. Que sepamos que el tiempo se agota, y vendrá el dueño del campo a preguntar qué hemos hecho con nuestros “talentos”.

¡Despertemos de tanto desatino, de tanta presunción, engreimiento y vanagloria, de tanta afectada humildad!

¿De verdad creemos que hemos sido purificados por la Palabra, de que aquel que ha sido llamado el Hijo del Hombre es el Hijo del Hombre, o sea, de que es nuestro hermano? Si así es, adelante, “compartamos el pan” con él, y que el agua del primer bautizo se convierta en el vino de la embriaguez y la resurrección del alma en el Espíritu. Entreguemos lo mejor de nosotros mismos, que es nuestra ignorancia y nuestra sed de conocer, de ser.

Con alegría, pues la viña del Señor da abundante fruto.

Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no lleve fruto, lo cortará; y todo el que dé fruto, lo podará, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios por la Palabra que os he hablado, permaneced en mí, como yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros si no permaneciereis en mí. Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de mí no podéis hacer nada. El que no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que quisierais y se os dará. En esto será glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto, y así seréis discípulos míos”. (Juan 15, 1-8). Francisco Ariza

miércoles, 14 de marzo de 2018

ALEGRÍA


Cuando a veces hablamos de la pasión o amor hacia la Sabiduría como una premisa para acometer su búsqueda, pensamos en una máxima de la Masonería que dice: “Puesto que es así, despidámoslos en la libertad, el fervor y la alegría”. Con ello nos referimos al hecho de que el trabajo masónico ha de realizarse mediante un estado de espíritu en donde la idea de la libertad es el primer requisito, pues nada realmente constructivo puede llevarse a cabo si faltara aquello que, en su grado más elevado, es en realidad el fin de todo el proceso de Conocimiento, tal y como evocan estas palabras del Evangelio de San Juan, patrón de la Masonería: “La Verdad os hará libres”.

Pero a continuación ese trabajo debe ejercerse con jovialidad (o sea invocando la energía de Jove, Júpiter), con fervor y alegría; o mejor dicho: que ese fervor y esa alegría es el resultado del propio trabajo masónico, de ahí que también se diga que “los obreros están contentos y satisfechos”, pues ciertamente éstos trabajan en lo único que realmente más les importa: en conocer la Cosmogonía y vivir de acuerdo a ello, en la seguridad de que el símbolo es el vehículo por excelencia para la transmutación de la “piedra bruta”. Reparemos, en este sentido, que una de las etimologías de alegría la vincula con la palabra “aligerar”, o sea quitarse de encima un fardo pesado (por ejemplo el “hombre viejo”), o una pena que nos aflige y oprime.

Puede resultar extraño asociar el trabajo con lo liviano, pero es que ese es el resultado del trabajo con los símbolos cuando estos se toman precisamente como vehículos y soportes de la Enseñanza iniciática. A los símbolos, sean o no masónicos, hay que estimularlos con nuestro indecible “amor a la Sabiduría”, y a la Inteligencia que se oculta en ellos, para que la esencia de su contenido se nos revele y podamos, bajo la luz de esa revelación, desarrollar todas nuestras cualidades y se opere en nosotros el Conocimiento.

“Mi yugo es liviano”, podemos leer en los Evangelios. O sea, vivir nuestra vida como lo que es en realidad: como un rito, palabra que tanto significa “orden” como “arte”. No hacer “como que hacemos el rito”, derivando en lo “pomposo” y “ceremonioso”. Nada que ver. Finalmente todo consiste en vivir nuestra vida como un arte: el “Arte de vivir”, que es el verdadero “Arte Real”. Francisco Ariza

lunes, 12 de marzo de 2018

ITALIA, ROMA, MERCURIO


En este bello grabado de Cesare de Ripa, Italia y Roma están representadas por dos jóvenes doncellas; la de la izquierda sostiene entre sus brazos el “cuerno de la abundancia”, y esto hace de ella además una imagen de Fortuna, deidad fundamental en el imaginario simbólico de los pueblos itálicos. La joven de la derecha sostiene el cetro de mando, en tanto que su pie reposa sobre el orbe, sugiriendo así el destino histórico que le tocó en suerte a Roma como "dominadora del mundo". La presencia de Mercurio se muestra a través del caduceo alado que aparece detrás de la otra doncella. En realidad el caduceo mercurial preside toda la escena.

Recordemos que Mercurio es uno de los dioses originarios de los latinos y otros pueblos antiguos de Italia, siempre cercanos a Grecia y al mundo helénico. Mercurio es un dios que se vincula tanto con la “fecundidad y la riqueza como con las bellas artes, la elocuencia y la disciplina” como aparece escrito en la leyenda que acompaña esta iconografía de Ripa. Mercurio, al igual que el Hermes griego, porta en sí mismo los frutos que nutren el cuerpo y los que nutren el alma.

La disciplina de Roma no fue solo militar y guerrera, sino que ella se propagó por todas las esferas de la vida, incluida la intelectual. Es decir que la energía guerrera de Marte, dios vinculado al nacimiento de Roma, fue “disciplinada” por la energía de Mercurio, incubando en su espíritu una tendencia natural al orden, de ahí la fidelidad al rito y a los símbolos sagrados y ancestrales que Roma siempre mantuvo a lo largo de toda su existencia. No se hubiese construido esa civilización, que culminó con el Imperio, sin la disciplina de la inteligencia mercurial aplicada a todo cuanto conformó su religión, su pensamiento filosófico y sus artes.

No era extraño el hecho de que muchos generales y militares romanos tuvieran una tendencia natural hacia las artes, la filosofía y la literatura. El caso de Julio César es bien conocido, pero también el de Catón el Viejo -militar y escritor- es bien paradigmático de lo que estamos diciendo. Como lo es el de Escipión Emiliano, el vencedor definitivo de Cartago, que en el siglo II a.C. había creado en Roma uno de los ambientes más refinados y cultos de su tiempo, trayendo de Grecia a filósofos neoplatónicos. Sin ir más lejos el propio Octavio Augusto, el primer emperador, tenía entre sus títulos más importantes el de Mercurius Augustus, remarcándose así la plena identificación de su persona y función con la energía de esta deidad, la cual era transmitida a través de él como intermediario. Francisco Ariza


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viernes, 9 de marzo de 2018

LA SAGRADA FAMILIA


La primera vez que una imagen me hizo tener, por decirlo de alguna manera, la “sensación” vívida del Misterio, fue la del Pórtico del Nacimiento de la Sagrada Familia de Barcelona, esa esbelta basílica creada por Gaudí y que parece que siempre se está construyendo, como el propio cosmos, la obra del Gran Arquitecto. Fue un instante fugaz en realidad, como cuando ves un cometa en el cielo y al pronto desaparece, pero el “recuerdo” de ese instante constituye un eje invisible desde entonces, y al que siempre recurro, como Ulises recurre y se enlaza al mástil para no ser raptado por el canto de las sirenas. Pero lo curioso es que no estaba pensando ni meditando en ello, como ocurre cuando intentas concentrarte en un símbolo o imagen que alude a esa epifanía, a ese hecho asombroso, que “sucede” sin más, constantemente, que está siempre presente en todo el tiempo y el espacio, en toda la Creación, y que lo envuelve todo: “Es” el Todo.

Bajo esa “mirada” es el centro el que envuelve a la circunferencia, que ciertamente es una imagen imposible, pero que es posible “concebir” con esa intuición sutilísima que la Inteligencia otorga de forma totalmente gratuita, ya que no se puede comprar lo que no tiene precio: lo recibes y lo aceptas. No hay más, y como afirma Federico González en alguna parte de su obra, “la libertad interior es incalificable”, ni puede prestarse a ningún tipo de juicio, pues como también dice el texto sagrado: 

con la misma severidad que juzgas, serás juzgado”.

Pero cuando estás lleno de “ti mismo” no tienes ya espacio para que el “ser sea”, para que “nazca en ti”, del vientre de tu madre arquetípica. Solo posees tus pobres y mediocres máscaras hechas con la complicidad del medio y con tu “vana erudición”, igualmente mediocre, para así “esconder” como una vergüenza a tu verdadera Persona, que es Una con el Misterio. Todos somos convocados en la Unidad, como la Sagrada Familia, que es un símbolo de ella. Francisco Ariza

lunes, 5 de marzo de 2018

SI EL SÍMBOLO ES UN VEHÍCULO...


Si el símbolo es un vehículo y un soporte para el Conocimiento, los filósofos herméticos siempre están abiertos a cualquiera expresión que pueda revelar su contenido y llegar a ser uno con él. El alma humana participa de los misterios del cielo y de la tierra. Tú eliges un vehículo por afinidades y correspondencias internas, o bien puedes ser elegido por él, pero en realidad es el viento del Espíritu el que te arrastra y te lleva por sus senderos ignotos, y sin embargo ya intuidos por una inteligencia que se revela a ella misma en ti mismo, pues tu también eres un símbolo. La paradoja y el asombro forman parte de la ceremonia, del rito cósmico, y no puedes impedirlo, sino más bien añadirte definitivamente a él. O sea que vives un proceso mítico, que “bien pudiera calificarse de prototípico” en palabras de Federico González.

¿Acaso no llama la sabiduría, y no da voces la inteligencia? En la cima de las montañas, junto al camino, en la encrucijada de los senderos se coloca; junto a las puertas que dan acceso a la ciudad, a la entrada misma da voces diciendo: 'A vosotros, hombres, llamo; y mi voz se dirige a todos´”. (Proverbios 8, 1-4). Francisco Ariza