MISCELÁNEA DE PENSAMIENTOS HERMÉTICOS. Francisco Ariza

miércoles, 25 de julio de 2018

EL MITO Y EL SÍMBOLO DE SANTIAGO APÓSTOL


Quisiéramos añadir las siguientes reflexiones acerca del Apóstol Santiago en tanto que mito fundador de la España medieval, forjada durante la Reconquista. Como otros grandes episodios de la Historia (Grecia contra Persia, Roma contra Cartago, etc.), la Reconquista se inscribe dentro de la lucha por la hegemonía de dos civilizaciones, en este caso la cristiana y la musulmana, pero que tuvo además otras connotaciones debido al largo período de permanencia en la península de la civilización islámica.

Existió evidentemente la España musulmana, con sus características propias, y que durante varios siglos fue hegemónica cultural y militarmente con respecto a la España cristiana, al menos hasta comienzos del siglo XIII con la famosa batalla de las Navas de Tolosa (Jaén), ganada por los ejércitos venidos de los distintos reinos cristianos de la península al mando de Alfonso VIII, y que supuso un punto de inflexión en el desarrollo de la Reconquista. A pesar de todo, hubo periodos de relativa estabilidad, e incluso de fructífera y mutua influencia cultural (los mozárabes cristianos son un ejemplo entre muchos otros), y relaciones de todo tipo entre las distintas poblaciones (incluida la judía), y por supuesto entre los reyes cristianos y musulmanes. En los casi ocho siglos que duró la presencia de la civilización árabe en España ocurrió de todo, pero siempre existió una cuestión pendiente en la España cristiana: la recuperación del solar arrebatado.

La Reconquista llevada a cabo por la España cristiana surgió de un impulso nacido de necesidades anímicas y espirituales que tenían en el Apóstol Santiago (y en San Millán) el origen de su fe y de su esperanza en la victoria final sobre el Islam. Frente al poder militar y la fortaleza mostrada por este último, los habitantes de la España cristiana reaccionaron acudiendo a la leyenda de uno de los apóstoles de Cristo, Santiago el Mayor, “hijo del trueno” como lo es también Juan Evangelista, y ambos “hermanos” del Señor, pero no de la carne sino del Espíritu.

Américo Castro en La Realidad Histórica de España señala que la figura de Santiago montado en su caballo blanco es la síntesis de los dos Santiago que aparecen en los Evangelios, el Mayor y el Menor; ambos evocan también las figuras de los Dioscuros (Cástor y Pólux), que igualmente aparecen montados a caballo, y “descienden” del cielo al igual que Santiago en su caballo blanco en el momento de la legendaria batalla de Clavijo (año 884), lo que supuso una victoria significativa sobre el ejército musulmán, dando lugar al mito de Santiago Matamoros, un mito vertebrador de la España cristiana, que a partir de entonces ve posible la reconquista. Precisamente los Dioscuros son las divinidades tutelares de la caballería, y en cierto modo también lo es Santiago Apóstol con respecto a la caballería cristiana de España, como lo certifica que surgiera una Orden militar con su nombre: la Orden de Santiago.

Los Dioscuros son hijos de Júpiter, y en esto también habría una semejanza con Santiago el Mayor, que con Juan Evangelista es el “hijo del trueno” (ligado al rayo o relámpago, “armas” de Júpiter), como hemos señalado anteriormente. También hicimos mención a San Millán, otro santo guerrero, considerado durante mucho tiempo el patrón de Castilla, y que contribuyó junto a Santiago en el proceso de afirmación de la identidad cristiana de España (inseparable de su constitución como nación) frente al poder musulmán. Pues bien, existió un paralelismo entre ambos patrones y los Dioscuros, como evoca este poema de Gonzalo de Berceo en su Vida de San Millán, escrito en el siglo XIII:

vieron dues personas fermosas y lucientes / mucho eran más blancas que las nieves recientes / Viníen en dos cavallos plus blancos que cristal …/ avíen caras angélicas, celestial figura, descendíen por el aer [aire] a una grant pressura, catando a los moros con torva catadura, espada sobre mano, un signo de pavura [pavor]”.

En este poema, y en muchas leyendas en torno a Santiago, hay que hacer una transposición simbólica a otro orden de realidad no sólo circunscrito a la guerra externa, sino a la que se libra contra los “enemigos internos”, que es la más importante desde nuestro punto de vista. En este sentido es imprescindible la “ayuda” de las entidades espirituales, es decir el despertar de la conciencia a los estados superiores del ser, que en este contexto están representados o simbolizados por los Dioscuros, San Millán y Santiago Apóstol. También por San Jorge y San Miguel. Todos ellos patrones terrestres y celestes de la caballería hermético-cristiana.

Recordemos, en fin, que el “trueno”, anunciado por el rayo, es la propia Palabra que ilumina el intelecto humano, lo fecunda y lo vivifica. Acerca de San Millán quisiéramos añadir que la relación que mantiene con Santiago Apóstol se extiende también a esa función taumatúrgica característica del patrón de España, y que igualmente está presente en San Juan Evangelista. Además, la espada flamígera que blande San Millán tanto en la batalla de Simancas como en la de Hacinas, alude también al “fuego del Espíritu” y por supuesto al “rayo”, es decir al símbolo que expresa la emanación de una influencia espiritual, que es al mismo tiempo una “protección” del espacio sagrado (espacio sacralizado que era también la tierra de España para aquellos guerreros cristianos), lo cual evoca desde luego al querubín guardián que con su espada flamígera protege la entrada al Paraíso.

Santiago predicó en España, y tras su muerte sacrificial en Palestina fue trasladado en barca (o arca) nuevamente al país del Occidente, o del extremo Occidente para aquella época, siendo enterrado finalmente en Galicia, en el finis terrae, en el “fin del mundo conocido”, como una semilla plantada en tierra sagrada destinada un día a dar sus frutos, que serían perceptibles en el desarrollo posterior de la Historia de España, incluida la “conquista” de América, considerada como la apertura a “un nuevo mundo”, que por analogía se correspondería con otros planos más sutiles e intangibles de la realidad. Pero el mito de Santiago, y las posibilidades que éste contenía, permaneció latente durante siglos y no se habría despertado con la fuerza con que lo hizo si los árabes no hubieran invadido la península. A una acción sigue irremediablemente una reacción según la ley universal de las “acciones y reacciones concordantes”, que repercuten tanto en la Historia como en el ser humano.

Esto nos hace recordar lo que dice Arnold Toynbee en su Estudio de la Historia acerca de los “golpes subitáneos”, o repentinos, que reciben los pueblos por parte de sus invasores, y que pueden ser un verdadero acicate para reaccionar frente a esa invasión, despertando en ellos energías que permanecían dormidas, y que generalmente son aquellas que, al despertar, rompen con esquemas mentales solidificados para dar cauce a otras potencialidades de su ser colectivo, e individual, pues en estos casos lo colectivo y lo individual actúan al unísono, como un solo organismo. Hubo, en consecuencia, una verdadera “revolución de las conciencias” que durante varios siglos giró en torno al apóstol Santiago, cuyas historias ejemplares sirvieron para ir galvanizando espiritual y culturalmente una sociedad, la España cristiana, que había sido vencida y fragmentada por la invasión árabe del 711.

Por otro lado, el hecho de ser Santiago el “hermano” de Cristo lo dotaba de una autoridad espiritual superior a otros apóstoles, como Pedro, el fundador de la Iglesia de Roma. El Camino de Santiago fue, en este sentido, un eje que iría ordenando poco a poco la vida de aquellos reinos del norte peninsular que habían sido liberados de la presencia islámica. Era el camino que unía España con Europa, y viceversa, y más concretamente con Santiago de Compostela, el “campo de estrellas”, que devino, junto con Jerusalén y Roma, el centro sagrado de la Cristiandad.

En este sentido, no hay que olvidar que el mito de Santiago (y el camino al que da nombre) está íntimamente relacionado con la luz que viene de Oriente y se dirige a Occidente, siguiendo así el ejemplo de otros muchos héroes de la antigüedad, como el griego Heracles-Hércules sin ir más lejos, uno de los fundadores míticos de Hispania. Nos interesa destacar este aspecto civilizador del discípulo de Cristo, es decir el carácter fundacional de su misión para una época determinada de la Historia de España, y también de la Europa cristiana, construida espiritualmente de Oriente a Occidente siguiendo el eje Jerusalén-Roma-Santiago de Compostela.

Este último es un lugar de peregrinaje no sólo religioso, sino también iniciático y alquímico, hasta tal punto que el propio apóstol Santiago llegaría a ser el patrón de los alquimistas, además de todos aquellos oficios ligados con la iniciación a los misterios de la Cosmogonía. Santiago es entonces, y al igual que Juan Evangelista, el representante de la “Iglesia Secreta”, o “Iglesia Interior”, denominación dada al esoterismo cristiano, donde reside el aspecto más profundo y metafísico de esta tradición. Pedro, en cambio, representa la “Iglesia exterior”, la puramente religiosa y dogmática.

Así pues, en su sentido más profundo y elevado, supra-histórico podríamos decir, el Camino de Santiago (reflejo de la Vía Láctea) es un símbolo de las etapas de la realización interior. Es por ello que Compostela es también el “compost” alquímico, es decir el “abono” de la putrefacción de donde surgirán las energías y potencias que regenerarán al ser en su proceso de Conocimiento. El simbolismo alquímico es aquí transparente: el finis terrae, el lugar donde se oculta y “muere” el sol, es el comienzo de otro viaje, esta vez no ya horizontal sino vertical, pues se ha llegado a un “lugar” (a un centro donde mora el Espíritu del Dios Vivo) en el proceso del viaje interior donde todo lo realmente nuevo está por encima de las expectativas que puedan generar lo humano, que no queda abolido ni disuelto en una especie de “ensoñación cósmica” como cree y postula la falsa espiritualidad de hoy en día, sino “transmutado” o “sublimado” en sus posibilidades más universales.

De la patria terrestre a la patria celeste. Siguiendo las pautas de una Historia y Geografía sagradas, y por tanto simbólicas, míticas y significativas. Francisco Ariza

https://franciscoariza.blogspot.com/

lunes, 16 de julio de 2018

"¿DÓNDE ESTÁ VUESTRA LOGIA"? UN ASPECTO CÍCLICO DE LA MASONERÍA


Los masones que entre los siglos XVII y XVIII hicieron posible la “transición” de la antigua Masonería de constructores a la Masonería filosófica (la actual), conocían perfectamente el carácter iniciático de su Orden, y que ella no sólo heredaba el simbolismo constructivo y hermético-alquímico, que por otro lado constituye su armazón doctrinal, sino también una serie de conocimientos que están directamente relacionados con las leyes cíclicas, o al menos con la aplicación de esas leyes al momento actual del ciclo humano, y dentro del cual la Masonería tiene un “destino” que cumplir.

Precisamente en algunos de los rituales masónicos que surgieron de aquella transición, y que alimentarían intelectual y espiritualmente a todos los “manuales de instrucciones” de las logias, se introdujeron algunas ideas que hacen referencia a ese “destino” cíclico. Vamos a poner dos ejemplos ilustrativos.

En el ritual contenido en “La Masonería Disecada”, Masonry Dissected, a la pregunta:
“¿Dónde está vuestra Logia?”, se contesta:

“Sobre una tierra sagrada, o sobre la más alta colina, o el más profundo valle, o en el valle de Josafat, o incluso en cualquier otro lugar secreto”.

Esta respuesta encierra un significado relacionado a la vez con una simbólica espacial (la cima de la montaña y las profundidades del valle están situadas en un mismo eje, análogo al “eje del mundo”), y por otro lado con una simbólica temporal, pues la “más alta colina” indica sin duda alguna la montaña donde estaba el Paraíso terrestre (el prototipo de las “tierras sagradas” de cualquier tradición), o sea el origen de la humanidad actual; mientras que “el más profundo valle” indica su final, es decir su “cumplimiento cíclico”. Por eso mismo se añade seguidamente, “o en el valle de Josafat”, en donde según la Biblia (Joel 3, 10-12), tendrá lugar el “Juicio final”. Esto quiere decir que la Logia masónica, o sea la Masonería, existe desde el comienzo de la actual humanidad pues ella es en esencia una rama de la Tradición Primordial, y en consecuencia continuará estando viva hasta el “fin de los tiempos” (1). Y por último la expresión: “o incluso en cualquier lugar secreto”, alude sin duda a la “cámara secreta del corazón”.

En otro de esos rituales, en este caso el recogido en el “Manuscrito Dumfries”, se menciona que la Logia está “en medio de una ciénaga”, o “de un pantano”, lo cual también estaría en relación con esta simbólica cíclica. En efecto, la Logia masónica (como si de un arca de Noé se tratara) aparece efectivamente como ese “lugar muy iluminado y muy regular” donde reina la Belleza, la Inteligencia y la Sabiduría, pese a estar “en medio” de un mundo estancado en las aguas inmundas de la degradación y corrupción en todos los órdenes de la existencia. “La Luz luce en la tinieblas”.

Sin duda que todo esto tiene que ver con que en la Logia masónica no se escuche “ni el canto de un gallo ni el ladrido de un perro”, como se dice en el mismo Manuscrito, expresión ciertamente enigmática y que tiene diversas lecturas, entre ellas la relación que ella guarda con dos de las virtudes más apreciadas, no ya de todo masón, sino de cualquier adepto en la vía del Conocimiento: la virtud del silencio y la prudencia frente a un mundo “exterior” que hoy en día es más profano que nunca. Francisco Ariza
Notas
(1) También Juan Evangelista, patrón de la Masonería, estará “hasta que yo venga” (Juan, 21, 22), palabras de Cristo que hacen referencia a su “segunda venida” en el fin de los tiempos.