El poeta romano Horacio, amigo de Virgilio y citado
por Dante al principio de La Divina Comedia, escribió en su Oda XI lo
siguiente teniendo como interlocutora a Leuconoe, “la del espíritu sincero”:
No pretendas saber, pues no está permitido, / el fin
que a ti y a mí, Leuconoe, / nos tienen asignados los dioses, / ni consultes
los números Babilónicos. / Mejor será aceptar lo que venga, / ya sean muchos los
inviernos que Júpiter /te conceda, o sea este el último, / el que ahora hace
que el mar Tirreno / rompa contra los opuestos escollos. / Sé prudente, filtra
el vino / y adapta al breve espacio de tu vida / una esperanza larga. /
Mientras hablamos, huye el tiempo envidioso. / Vive el día de hoy. Captúralo. /
No te fíes del incierto mañana.
Esta expresión tan conocida, Carpe Diem, “vive
el día”, o “aprovecha el momento”, al meditar en ella descubro que, como todas
las cosas que tienen enjundia y meollo, posee diversos niveles de lectura. Lo
que aquí exponemos está escrito desde uno de esos niveles.
Capturar el momento, vivir intensamente el presente...
Ante esta idea-fuerza, que no por mil veces reiterada ha perdido su poder de
evocación, es obvio que no podemos seguir soñando con “la realidad”
confundiendo los deseos con lo que las cosas son en sí. En esa confusión viven
los prisioneros de la caverna de Platón, los cuales, sin embargo, reaccionan
cuando se percatan que están asumiendo como “real” aquello que tan solo es un
reflejo, una ilusión, una sombra, la imagen interpuesta de una realidad que sí
es la verdadera pues en ella está la fuente de la luz cenital que ilumina la
oscuridad de la caverna. Pero es imposible explicar lo que esa realidad “es”,
aunque sí puede conocerse siguiendo el rastro de su luz, a modo de eje o
escala.
Realmente, “ser es conocer”. El “ser es lo que
conoce”, lo que “comprehende”, pues no se trata únicamente de un conocer
empírico, sino de un conocimiento interior que es el resultado de la identidad
entre el conocer y lo conocido. La palabra “sabor” y “saber” tienen la misma
raíz: sap, de donde sapientia, sabiduría. El “sabor” de un fruto
lo identifica, y lo mismo sucede, por analogía, con el “saber” en el orden de
las ideas y los principios metafísicos: necesitas “saborearlos”, “asimilarlos”,
“comértelos”, como hace Juan Evangelista con el “Libro de la Vida” en un
conocido grabado de Durero.
Esos principios son los alimentos nutricios de tu
mente y de tu espíritu. Un conocimiento, pues, que comprehendes en cuerpo, alma
y espíritu, triunidad que no puede disociarse pues está hecha a imagen y
semejanza de la Unidad divina. “Aprovecha el momento” con todo lo que tú eres,
no sólo con una parte sino con la totalidad de ti mismo. La doctrina metafísica
nos dice que nada hay fuera de la Unidad, del Ser, que es eterno e infinito en
su Principio (el No Ser), pero que al mismo tiempo es una luz en el Alma del
Mundo que alumbra, crea y redime todo lo viviente. La vida como una perenne y
sagrada epifanía.
Las imágenes interpuestas no pueden llenar la copa
vacía de tu corazón. El plano más alto de Yetsirah sigue siendo Yetsirah,
el “velo de maya”. Pensar lo contrario es limitar la inteligencia, o errar en
el laberinto de lo “indefinido”. El “mundo de las formaciones” es un estado
intrauterino, que ha de acabar de “conformarse”, de nacer, rompiendo el “techo”
de los límites individuales para acceder a lo Universal, a lo ilimitado, que no
es otra cosa que multiplicar por su propia potencia lo verdadero que hay en ti.
La “multiplicación de los talentos”, o “de los panes y los peces”, también
tiene que ver con esa universalidad, qué duda cabe.
Carpe Diem,
aprovecha el día como si fuera el último y el primero de la creación. Retén el
momento fugitivo, la oportunidad de “estar” y de “ser” en un presente siempre
reiterado, esa “esperanza larga” a la que se refiere Horacio en su Oda.
Ciertamente ningún momento puede ser más provechoso que vivirlo con la libertad
que otorga el conocimiento de lo no-condicionado, o al menos “saber” que esa
posibilidad metafísica puede ser actualizada en tu conciencia. Que ese
conocimiento acabe siendo una realidad plena, y no un “supuesto soñado”, es sin
duda el tesoro más preciado, el único que llevarás contigo cuando cruces el
umbral definitivo. Francisco Ariza
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