La Utopía es un espacio distinto, un mundo invisible situado en el eterno
presente. Por eso debe proyectarse hacia el futuro, como algo a conseguir, o
hacia el pasado: una edad feliz, el paraíso terrenal, la Tradición. En este
último caso apoyada por razones que van de lo biológico a lo histórico y que la
memoria atestigua. El mito del Origen, que es vertical, es decir que existe
permanentemente y en simultaneidad, debe ser trasladado al pasado para ser
comprendido en la sucesión. Igualmente el deseo y la voluntad de integrarse a
él se proyectan en un futuro posible; tal la razón de la Utopía. (Federico
González: Las Utopías Renacentistas, cap. IV).
El presente “siempre es”. El es “omnipresente” (como el Ser), pero no se le
puede asir, o retener, como tampoco puede retenerse el “instante”. Si nos
fijamos bien, el presente es en realidad un “no-tiempo” y sin embargo el tiempo
fluye perennemente gracias a él. El presente es el origen del tiempo porque
“siempre es”. Por eso mismo el presente es el centro o el “medio” del tiempo,
entendiendo el tiempo en este caso no como una sucesión de ciclos que mueren y
nacen a perpetuidad, sino como un flujo constante y absolutamente continuo.
El pasado y el futuro siempre estarán “antes” y “después” del presente,
separándolos pero también uniéndolos, como puede apreciarse en esta figura
cuzqueña de la Trinidad con que acompañamos esta nota, semejante al “triple
rostro de Jano”, el cual siendo el dios del “triple tiempo”, pasado, presente y
futuro, es también el “Señor de la Eternidad”. En efecto, tanto el pasado como
el futuro se extienden indefinidamente hacia el tiempo pretérito (el rostro que
mira a la izquierda), y hacia el tiempo “por venir” (el rostro que mira a la
derecha), mientras que el presente (que mira al frente) permanece siempre
inalterable, siendo la representación más apropiada del “eterno presente”.
El pasado y el futuro son como los dos polos del tiempo y el presente su
constante conjugación, que es lo mismo que decir que en Dios, en el Ser Único,
el pasado y el futuro coinciden “en simultaneidad”. Por el mismo motivo, el
pasado, la Antigüedad, nunca han dejado de existir pues en verdad el tiempo es
la “memoria” de Dios, que es también una facultad del alma humana, como son la
voluntad y la inteligencia. El pasado convive en nuestra memoria, y se hace
“presente” gracias a ella. Es por tanto un instrumento que el alma tiene para
conocerse a sí misma, en suma para “recordar” su verdadera identidad.
Por eso, la memoria que se despierta en nosotros gracias a las enseñanzas
de la Vía Simbólica y de la Tradición no es la que está vinculada a lo más
inmediato y contingente, sino la que es parte constitutiva de una Sabiduría
Perenne, así llamada porque subsiste en el tiempo a través del mito atemporal
del Origen, y es “recordada” contemporáneamente por la “cadena de testificación
tradicional”, cualquiera que esta sea, pues siempre estará vinculada a ese mismo
Origen atemporal, y por tanto siempre presente.
El mito del Origen coexiste con el devenir del tiempo posibilitando así que
el hombre pueda “liberarse” de la reincidencia en la “rueda del mundo”. De ahí
que la “remembranza”, presentida en la conciencia, de un “lugar virgen” y sin
historia, paradigma de la libertad y la felicidad (el Paraíso), sea el acicate
que necesitamos para iniciar su búsqueda y realizarlo en el “por venir” de
nuestra vida.
Esa realización en el “futuro” es obra de la voluntad, del libre albedrío,
que quiere ser aquello que el alma conoce o que ha “recordado”, pues como hemos
dicho en varias oportunidades conocer y recordar es lo mismo en el pensamiento
de Platón, quien dejó dicho que el “tiempo es la imagen móvil de la eternidad”,
o sea del “eterno presente”. La Utopía es el ingreso en la “Jerusalén Celeste”,
en el “Paraíso futuro”, que “es ahora”, en el presente, y seguramente a esto se
refiere Federico en otro lugar de su obra cuando afirma lúcidamente que la
“utopía reúne el tiempo mítico [que es atemporal] en un espacio virtual [el
centro del mundo]”.
Este es el verdadero “fin del tiempo”, y de la historia, incluida la
“historia personal”, y entendiendo la palabra “fin” en dos de sus acepciones
principales, que aquí coinciden plenamente: como un destino cumplido en lo
humano y como una culminación vivida en el seno de la Providencia divina, es
decir, y parafraseando a Federico, por la Inteligencia en íntimo contacto con
la Sabiduría. Francisco Ariza
Nota: Sobre todo esto ver también René Guénon: La Gran Tríada, cap.
XXII.
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