La primera vez que una imagen me hizo tener, por
decirlo de alguna manera, la “sensación” vívida del Misterio, fue la del
Pórtico del Nacimiento de la Sagrada Familia de Barcelona, esa esbelta basílica
creada por Gaudí y que parece que siempre se está construyendo, como el propio
cosmos, la obra del Gran Arquitecto. Fue un instante fugaz en realidad, como
cuando ves un cometa en el cielo y al pronto desaparece, pero el “recuerdo” de
ese instante constituye un eje invisible desde entonces, y al que siempre
recurro, como Ulises recurre y se enlaza al mástil para no ser raptado por el
canto de las sirenas. Pero lo curioso es que no estaba pensando ni meditando en
ello, como ocurre cuando intentas concentrarte en un símbolo o imagen que alude
a esa epifanía, a ese hecho asombroso, que “sucede” sin más, constantemente,
que está siempre presente en todo el tiempo y el espacio, en toda la Creación,
y que lo envuelve todo: “Es” el Todo.
Bajo esa “mirada” es el centro el que envuelve a la
circunferencia, que ciertamente es una imagen imposible, pero que es posible
“concebir” con esa intuición sutilísima que la Inteligencia otorga de forma
totalmente gratuita, ya que no se puede comprar lo que no tiene precio: lo
recibes y lo aceptas. No hay más, y como afirma Federico González en alguna
parte de su obra, “la libertad interior es incalificable”, ni puede prestarse a
ningún tipo de juicio, pues como también dice el texto sagrado:
“con la misma
severidad que juzgas, serás juzgado”.
Pero cuando estás lleno de “ti mismo” no tienes ya
espacio para que el “ser sea”, para que “nazca en ti”, del vientre de tu madre
arquetípica. Solo posees tus pobres y mediocres máscaras hechas con la
complicidad del medio y con tu “vana erudición”, igualmente mediocre, para así
“esconder” como una vergüenza a tu verdadera Persona, que es Una con el
Misterio. Todos somos convocados en la Unidad, como la Sagrada Familia, que es
un símbolo de ella. Francisco Ariza
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