Si el símbolo es un vehículo y un soporte para el
Conocimiento, los filósofos herméticos siempre están abiertos a cualquiera expresión
que pueda revelar su contenido y llegar a ser uno con él. El alma humana
participa de los misterios del cielo y de la tierra. Tú eliges un vehículo por
afinidades y correspondencias internas, o bien puedes ser elegido por él, pero
en realidad es el viento del Espíritu el que te arrastra y te lleva por sus
senderos ignotos, y sin embargo ya intuidos por una inteligencia que se revela
a ella misma en ti mismo, pues tu también eres un símbolo. La paradoja y el
asombro forman parte de la ceremonia, del rito cósmico, y no puedes impedirlo,
sino más bien añadirte definitivamente a él. O sea que vives un proceso mítico,
que “bien pudiera calificarse de prototípico” en palabras de Federico González.
“¿Acaso no llama la sabiduría, y no da voces la
inteligencia? En la cima de las montañas, junto al camino, en la encrucijada de
los senderos se coloca; junto a las puertas que dan acceso a la ciudad, a la
entrada misma da voces diciendo: 'A vosotros, hombres, llamo; y mi voz se
dirige a todos´”. (Proverbios 8, 1-4). Francisco Ariza
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