Quisiéramos añadir las siguientes reflexiones acerca
del Apóstol Santiago en tanto que mito fundador de la España medieval, forjada
durante la Reconquista. Como otros grandes episodios de la Historia (Grecia
contra Persia, Roma contra Cartago, etc.), la Reconquista se inscribe dentro de
la lucha por la hegemonía de dos civilizaciones, en este caso la cristiana y la
musulmana, pero que tuvo además otras connotaciones debido al largo período de
permanencia en la península de la civilización islámica.
Existió evidentemente la España musulmana, con sus
características propias, y que durante varios siglos fue hegemónica cultural y
militarmente con respecto a la España cristiana, al menos hasta comienzos del
siglo XIII con la famosa batalla de las Navas de Tolosa (Jaén), ganada por los
ejércitos venidos de los distintos reinos cristianos de la península al mando
de Alfonso VIII, y que supuso un punto de inflexión en el desarrollo de la
Reconquista. A pesar de todo, hubo periodos de relativa estabilidad, e incluso
de fructífera y mutua influencia cultural (los mozárabes cristianos son un ejemplo
entre muchos otros), y relaciones de todo tipo entre las distintas poblaciones
(incluida la judía), y por supuesto entre los reyes cristianos y musulmanes. En
los casi ocho siglos que duró la presencia de la civilización árabe en España
ocurrió de todo, pero siempre existió una cuestión pendiente en la España
cristiana: la recuperación del solar arrebatado.
La Reconquista llevada a cabo por la España cristiana
surgió de un impulso nacido de necesidades anímicas y espirituales que tenían
en el Apóstol Santiago (y en San Millán) el origen de su fe y de su esperanza
en la victoria final sobre el Islam. Frente al poder militar y la fortaleza
mostrada por este último, los habitantes de la España cristiana reaccionaron
acudiendo a la leyenda de uno de los apóstoles de Cristo, Santiago el Mayor,
“hijo del trueno” como lo es también Juan Evangelista, y ambos “hermanos” del
Señor, pero no de la carne sino del Espíritu.
Américo Castro en La Realidad Histórica de España
señala que la figura de Santiago montado en su caballo blanco es la síntesis de
los dos Santiago que aparecen en los Evangelios, el Mayor y el Menor; ambos
evocan también las figuras de los Dioscuros (Cástor y Pólux), que igualmente
aparecen montados a caballo, y “descienden” del cielo al igual que Santiago en
su caballo blanco en el momento de la legendaria batalla de Clavijo (año 884),
lo que supuso una victoria significativa sobre el ejército musulmán, dando
lugar al mito de Santiago Matamoros, un mito vertebrador de la España
cristiana, que a partir de entonces ve posible la reconquista. Precisamente los
Dioscuros son las divinidades tutelares de la caballería, y en cierto modo
también lo es Santiago Apóstol con respecto a la caballería cristiana de
España, como lo certifica que surgiera una Orden militar con su nombre: la
Orden de Santiago.
Los Dioscuros son hijos de Júpiter, y en esto también
habría una semejanza con Santiago el Mayor, que con Juan Evangelista es el
“hijo del trueno” (ligado al rayo o relámpago, “armas” de Júpiter), como hemos
señalado anteriormente. También hicimos mención a San Millán, otro santo
guerrero, considerado durante mucho tiempo el patrón de Castilla, y que
contribuyó junto a Santiago en el proceso de afirmación de la identidad
cristiana de España (inseparable de su constitución como nación) frente al
poder musulmán. Pues bien, existió un paralelismo entre ambos patrones y los
Dioscuros, como evoca este poema de Gonzalo de Berceo en su Vida de San Millán,
escrito en el siglo XIII:
“vieron dues personas fermosas y lucientes /
mucho eran más blancas que las nieves recientes / Viníen en dos cavallos plus
blancos que cristal …/ avíen caras angélicas, celestial figura, descendíen por
el aer [aire] a una grant pressura, catando a los moros con torva catadura,
espada sobre mano, un signo de pavura [pavor]”.
En este poema, y en muchas leyendas en torno a
Santiago, hay que hacer una transposición simbólica a otro orden de realidad no
sólo circunscrito a la guerra externa, sino a la que se libra contra los
“enemigos internos”, que es la más importante desde nuestro punto de vista. En
este sentido es imprescindible la “ayuda” de las entidades espirituales, es
decir el despertar de la conciencia a los estados superiores del ser, que en
este contexto están representados o simbolizados por los Dioscuros, San Millán
y Santiago Apóstol. También por San Jorge y San Miguel. Todos ellos patrones
terrestres y celestes de la caballería hermético-cristiana.
Recordemos, en fin, que el “trueno”, anunciado por el
rayo, es la propia Palabra que ilumina el intelecto humano, lo fecunda y lo
vivifica. Acerca de San Millán quisiéramos añadir que la relación que mantiene
con Santiago Apóstol se extiende también a esa función taumatúrgica
característica del patrón de España, y que igualmente está presente en San Juan
Evangelista. Además, la espada flamígera que blande San Millán tanto en la
batalla de Simancas como en la de Hacinas, alude también al “fuego del
Espíritu” y por supuesto al “rayo”, es decir al símbolo que expresa la
emanación de una influencia espiritual, que es al mismo tiempo una “protección”
del espacio sagrado (espacio sacralizado que era también la tierra de España
para aquellos guerreros cristianos), lo cual evoca desde luego al querubín guardián
que con su espada flamígera protege la entrada al Paraíso.
Santiago predicó en España, y tras su muerte
sacrificial en Palestina fue trasladado en barca (o arca) nuevamente al país
del Occidente, o del extremo Occidente para aquella época, siendo enterrado
finalmente en Galicia, en el finis terrae, en el “fin del mundo
conocido”, como una semilla plantada en tierra sagrada destinada un día a dar
sus frutos, que serían perceptibles en el desarrollo posterior de la Historia
de España, incluida la “conquista” de América, considerada como la apertura a
“un nuevo mundo”, que por analogía se correspondería con otros planos más
sutiles e intangibles de la realidad. Pero el mito de Santiago, y las
posibilidades que éste contenía, permaneció latente durante siglos y no se
habría despertado con la fuerza con que lo hizo si los árabes no hubieran
invadido la península. A una acción sigue irremediablemente una reacción según
la ley universal de las “acciones y reacciones concordantes”, que repercuten
tanto en la Historia como en el ser humano.
Esto nos hace recordar lo que dice Arnold Toynbee en
su Estudio de la Historia acerca de los “golpes subitáneos”, o
repentinos, que reciben los pueblos por parte de sus invasores, y que pueden
ser un verdadero acicate para reaccionar frente a esa invasión, despertando en
ellos energías que permanecían dormidas, y que generalmente son aquellas que,
al despertar, rompen con esquemas mentales solidificados para dar cauce a otras
potencialidades de su ser colectivo, e individual, pues en estos casos lo
colectivo y lo individual actúan al unísono, como un solo organismo. Hubo, en
consecuencia, una verdadera “revolución de las conciencias” que durante varios
siglos giró en torno al apóstol Santiago, cuyas historias ejemplares sirvieron
para ir galvanizando espiritual y culturalmente una sociedad, la España
cristiana, que había sido vencida y fragmentada por la invasión árabe del 711.
Por otro lado, el hecho de ser Santiago el “hermano”
de Cristo lo dotaba de una autoridad espiritual superior a otros apóstoles,
como Pedro, el fundador de la Iglesia de Roma. El Camino de Santiago fue, en
este sentido, un eje que iría ordenando poco a poco la vida de aquellos reinos
del norte peninsular que habían sido liberados de la presencia islámica. Era el
camino que unía España con Europa, y viceversa, y más concretamente con
Santiago de Compostela, el “campo de estrellas”, que devino, junto con
Jerusalén y Roma, el centro sagrado de la Cristiandad.
En este sentido, no hay que olvidar que el mito de
Santiago (y el camino al que da nombre) está íntimamente relacionado con la luz
que viene de Oriente y se dirige a Occidente, siguiendo así el ejemplo de otros
muchos héroes de la antigüedad, como el griego Heracles-Hércules sin ir más
lejos, uno de los fundadores míticos de Hispania. Nos interesa destacar este
aspecto civilizador del discípulo de Cristo, es decir el carácter fundacional
de su misión para una época determinada de la Historia de España, y también de
la Europa cristiana, construida espiritualmente de Oriente a Occidente
siguiendo el eje Jerusalén-Roma-Santiago de Compostela.
Este último es un lugar de peregrinaje no sólo
religioso, sino también iniciático y alquímico, hasta tal punto que el propio
apóstol Santiago llegaría a ser el patrón de los alquimistas, además de todos
aquellos oficios ligados con la iniciación a los misterios de la Cosmogonía.
Santiago es entonces, y al igual que Juan Evangelista, el representante de la
“Iglesia Secreta”, o “Iglesia Interior”, denominación dada al esoterismo
cristiano, donde reside el aspecto más profundo y metafísico de esta tradición.
Pedro, en cambio, representa la “Iglesia exterior”, la puramente religiosa y
dogmática.
Así pues, en su sentido más profundo y elevado,
supra-histórico podríamos decir, el Camino de Santiago (reflejo de la Vía
Láctea) es un símbolo de las etapas de la realización interior. Es por ello que
Compostela es también el “compost” alquímico, es decir el “abono” de la
putrefacción de donde surgirán las energías y potencias que regenerarán al ser
en su proceso de Conocimiento. El simbolismo alquímico es aquí transparente: el
finis terrae, el lugar donde se oculta y “muere” el sol, es el comienzo
de otro viaje, esta vez no ya horizontal sino vertical, pues se ha llegado a un
“lugar” (a un centro donde mora el Espíritu del Dios Vivo) en el proceso del
viaje interior donde todo lo realmente nuevo está por encima de las
expectativas que puedan generar lo humano, que no queda abolido ni disuelto en
una especie de “ensoñación cósmica” como cree y postula la falsa espiritualidad
de hoy en día, sino “transmutado” o “sublimado” en sus posibilidades más
universales.
De la patria terrestre a la patria celeste. Siguiendo
las pautas de una Historia y Geografía sagradas, y por tanto simbólicas, míticas
y significativas. Francisco Ariza
https://franciscoariza.blogspot.com/
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