MISCELÁNEA DE PENSAMIENTOS HERMÉTICOS. Francisco Ariza

jueves, 29 de noviembre de 2018

EN LOS ORÍGENES DE NUESTRA CULTURA...


En los orígenes de nuestra cultura intervinieron por igual lo apolíneo y lo dionisíaco. Ambos evocan la potencia demiúrgica del Sol, que se expresa bajo un fuego que es luz y pasión, contemplación extática de la Belleza y exaltación de la vida como hierofanía o manifestación de lo sagrado. Son dioses olímpicos, vencedores de los titanes y moradores del “éter inasequible”, también llamado Mundo Arquetípico. La naturaleza del Ser son sus nombres y atributos, todos ellos signados con el “esplendor de la Verdad”.

En los orígenes de nuestra cultura el Mito arcaico, anterior a la historia y por tanto siempre actual, se recreó a través de la palabra alumbrada bajo una Cosmogonía que fue interpretada por Pitágoras mediante el Número, del que derivaría la Filosofía -el amor a la Sabiduría-, desarrollada plenamente por Platón. Como su nombre indica Pitágoras es “hijo de la Pitia”, la intérprete oracular de la serpiente telúrica y primordial; pero también es hijo de Apolo, como atestiguaron sus discípulos pues para ellos era la viva encarnación del Dios Geómetra. Los efluvios de la Tierra y del Cielo se conjugaron en un alma capaz de reconocer toda la herencia de una Tradición sapiencial en la que el Mito constituía su nutriente secreta.

Por razones cíclicas, en el tiempo de Pitágoras los dioses, las ideas-fuerza de la Inteligencia y la Vida Universal, se describieron de otra manera, más acorde con un cambio producido en la mentalidad de los hombres y mujeres de aquella época, un cambio que sabemos se produjo prácticamente a escala planetaria. El discurso del mundo se tejió de acuerdo al modelo numérico por excelencia: la Década, que es la Tetraktys o sagrado Cuaternario, análoga al Árbol Sefirótico de la Cábala, donde también son diez sus Números, o sus Nombres, a los que se agregaron las 22 letras del alfabeto sagrado para conformar los “32 senderos de la Sabiduría”.

En la Tetraktys, “fuente y raíz de la Eterna Naturaleza”, se capturó la esencia de la Armonía Cósmica, por cuyo intermedio el alma humana reconoce su identidad con el Alma del Mundo, con la “sonoridad” del plano sutil más alto, experimentando en íntimas nupcias la unión con el Espíritu, con su Ser. Si bien el intermediario simbólico tomó otra forma de expresión, la experiencia catártica e “iluminadora” simultáneamente dionisíaca y apolínea que ese proceso genera en la conciencia cuando se vive directamente, continuaba estando plenamente intacta pues ambas son inseparables. En lograr su equilibrio consiste gran parte del viaje del Conocimiento.

En los orígenes de nuestra cultura no se perdieron los vínculos con los mitos fundadores, sino que estos se fueron recreando continuamente a través de las distintas artes y ciencias de la Cosmogonía, entre ellas el teatro (originado en los ritos dionisíacos), cuya armazón era asimismo numérica. El mundo como un gran escenario teatral. Dante, siglos más tarde, recogió esa idea y la actualizó en su Divina Comedia, articulada en base a las armonías internas del número en correspondencia con la Escala Filosófica que recorre verticalmente todos los planos y niveles del Cosmos, desde la Unidad hasta su último reflejo en el interior de la Tierra, y viceversa, que es la dirección que toma el ser humano que retorna al Origen. También el pensamiento se formuló a través de la escritura como fuente de transmisión del Verbo, del Logos, pues uno de los dioses olímpicos no es otro que Hermes, el “intérprete y mensajero divino”.

Hermes donó la lira heptacorde a Apolo (y con ella las claves de la armonía de las esferas), y a Dionisos hizo compañero suyo inseparable, ligando así las dos vías e integrándolas en una Tradición de antiguo linaje, conocida como Hermetismo a partir de un momento dado perfectamente verificable. Y hasta hoy, pese a todo. Francisco Ariza

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