Debido al interés que ha despertado en ciertas
personas la nota anterior sobre la “piedra exiliada” de hace un par de días,
queremos ampliar un poco más su simbolismo, que ya fue tratado por René Guénon
en el capítulo 44 de Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada,
titulado “Lapsit Exillis”. De hecho, estas líneas son el resultado de una
meditación sobre algunas ideas expuestas por Guénon en dicho capítulo, y que
están directamente relacionadas con la construcción como un modelo de la
Cosmogonía y la realización interior, cuestión que está en la esencia misma de
la Masonería como heredera del Arte Real practicado por los antiguos
constructores, cuyo simbolismo puede transponerse perfectamente a los procesos
de transmutación de la Alquimia, también llamada no por casualidad el “Arte
Regia”.
Concretamente el tema de la lapsit exillis
pertenece a un amplio simbolismo que tiene a la piedra (lapis) como
protagonista principal, y podríamos incluso remontarnos a las leyendas y mitos
existentes en determinadas tradiciones donde se habla de los “hombres nacidos
de la piedra”, es decir que ésta tiene un valor genésico y fecundador, pues por
lo general eran, y siguen siendo, piedras que por sus características
“orgánicas” atraen los rayos y relámpagos, actuando así como intermediarias
entre el cielo y la tierra. Estas características se potencian cuando, como es
el caso que tratamos, las piedras son caídas o descendidas de los cielos,
relacionándose así directamente con los misterios del “renacimiento” iniciático
y alquímico.
A este respecto, el mismo Guénon nos recuerda que esas
piedras descendidas de los cielos (y que por eso mismo están como exiliadas en
la tierra, de ahí el nombre de lapsit exillis, que es una contracción
fonética de lapis lapsus ex caelis, la ‘piedra caída de los cielos’) no
son otras que los aerolitos y los betilos, los que de forma unánime han sido
considerados como especialmente sagrados por todos los pueblos tradicionales.
Estas piedras eran “mensajeras” de los dioses, es decir de los estados
superiores, y por su intermedio era posible comunicarse con ellos y recibir su
influencia. Tenían, pues, una función oracular, además de fecundante.
Así, la Tradición dice que la piedra sobre la que
Jacob apoyó su cabeza para dormir era un betilo, de ahí que el patriarca le
pusiera a ese lugar el nombre de Beit-el (Casa de Dios), que con el
tiempo se convertiría en la ciudad de Belén, lugar de nacimiento de Cristo como
todos sabemos. Se dice que durante su sueño Jacob vio una escalera cuya base se
apoyaba precisamente en la piedra, y de la que descendían y ascendían ángeles,
es decir los mensajeros de sus estados superiores. Esto nos hace recordar que
en algunos cuadros de logia aparece una escalera (llamada precisamente la
“escalera de Jacob”) que se apoya en el Altar o Ara, el cual también equivale a
la piedra de Jacob.
De pronto nos damos cuenta que reflexionando sobre
este artículo de Guénon se nos hace evidente la idea de una genealogía
espiritual que desemboca en la tradición de los constructores, y que tiene como
protagonista principal a esta piedra descendida de los cielos.
Guénon, partiendo de ese origen celeste, nos habla de
que dicha piedra no es otra que la esmeralda que se desprende de la frente de
Lucifer (el “Ángel de la luz”) tras su caída; y que esa esmeralda pasa a ser
posteriormente la Copa del Grial, en la que se vierte la sangre y el agua que
brota del corazón de Cristo; que ésa es la copa que después José de Arimatea
(discípulo “secreto” de Cristo junto a Nicodemo) lleva de Oriente a Occidente,
concretamente a Gran Bretaña; que allí existía desde tiempos pretéritos una de
esas piedras celestes que recibía el nombre de Lia Fail, la “piedra del destino”,
que era una “piedra parlante”, y por tanto oracular, y que fue la piedra de
consagración de los antiguos reyes de Irlanda y después de los de Inglaterra;
que esa misma piedra se identificó con la de Beit-el, la cual, según la
tradición hebrea, es también la que siguió a los israelitas durante su travesía
del desierto, y de donde manaba el agua que bebían, y que ese agua está en
relación con el alimento provisto por el Grial considerado como “vaso de
abundancia”; que, en fin, esa piedra pasaría a ser más tarde la piedra Setiyah,
o “fundamental”, colocada en el Templo de Jerusalén debajo mismo del Arca de la
Alianza. A nuestro entender creemos que aquí está la conexión con la tradición
de constructores y por tanto con la Masonería, pues como sabemos los orígenes
de ésta (o uno de ellos ya que existe un origen antediluviano de la misma, es
decir 'noaquita') se remontan a los constructores del Templo de Salomón.
De esta manera, comprobamos que el ara o altar
masónico (o su análogo del templo cristiano), sobre el que se apoya la escalera
de Jacob, no es otro que la misma piedra Setiyah, apareciendo entonces
dicha escalera como lo que es: un símbolo del eje del mundo que comunica la
tierra con el cielo, y el cielo con la tierra, o ciñéndonos al simbolismo de la
lapsit exillis: que comunica a la piedra fundamental y central con su
origen verdadero: la piedra angular o clave de bóveda del templo, del cosmos y
del hombre, la cual constituye la verdadera Piedra Filosofal alquímica, o la
“piedra cúbica en punta”, símbolo del Conocimiento y de la Realidad metafísica
con la que este se identifica. Francisco Ariza
https://franciscoariza.blogspot.com/
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