El Ser –que no es distinto de ti- no puede conocer
porque no hay un “otro” que conocer que no sea Él mismo. Esta es una verdad que
no admite dudas por la sencilla razón de que todas ellas han sido resueltas,
como se resuelven los contrarios cuando convergen sus identidades respectivas,
y relativas, en el centro de todas las ruedas: en la Suprema Identidad.
Las metafísicas de todas las tradiciones, que son solo
una, así lo manifiestan: el Ser no comprende ni conoce porque el Intelecto y el
Conocimiento están en Él. No puede conocer ni ser otra cosa que no sea Él.
Es la criatura la que conoce, o pretende conocer, pues
está sometida a la dualidad del conocedor y de lo conocido, sobre cuya
dialéctica, y conclusión –que es el Conocimiento en sí- se teje todo el
discurso de los que aman a la Sabiduría -que es idéntica al Conocimiento, y al
Ser- y arden en el fuego que ella misma alimenta en su corazón.
A raíz de esto, y en una conversación reciente con mi
amigo Javier, ha salido esta cita de Juan 16, 17-22:
“Sin embargo, aunque estéis tristes, vuestra tristeza
se convertirá en alegría. Cuando una mujer va a dar a luz, se angustia, porque
le ha llegado la hora; pero cuando ya ha nacido la criatura, la madre se olvida
del dolor a causa de la alegría de que un niño haya venido al mundo. Así
también, vosotros os angustiáis ahora, pero yo volveré a veros y entonces
vuestro corazón se llenará de alegría, de una alegría que nadie os podrá
quitar.” Francisco Ariza
https://franciscoariza.blogspot.com/
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