La palabra
“estética” viene de un término griego que quiere decir “sentir”, o “sensación”,
por lo que está relacionada con todo aquello que tiene que ver con el
“sentimiento” o lo “sensible”, especialmente en el terreno del arte, si bien se
acabará extendiendo a todas las facetas de la vida del hombre contemporáneo. El
primero que usó esta palabra fue el filósofo alemán Alejandro Baumgarten en el
siglo XVIII, quien influido por el pensamiento de Descartes separó el elemento
inteligible y metafísico de una obra de arte (así sea una pintura, una
escultura, una arquitectura, etc.) de su elemento sensitivo y emocional,
elementos ambos que siempre formaron parte de un todo, que era la idea de
Belleza expresada en dicha obra.
Sus
discípulos llevaron al extremo este concepto, creándose posteriormente una
dualidad entre la apariencia exterior y el significado interior, entre la forma
y el fondo; o sea se eliminó el aspecto simbólico que necesariamente tiene el
elemento exterior y formal de una obra, el cual actúa de vehículo intermediario
entre ese exterior y el interior, entre la cáscara y el núcleo, dicho en otros
términos. De ahí se derivó una “teoría del conocimiento” que delimitaba este a
las apariencias de las cosas (el conocimiento de lo sensible), y a las impresiones
que estas producen en la psique, y que son totalmente subjetivas, sin tener en
cuenta el espíritu interior, la verdadera causa de la obra de arte, o mejor
hecha “con” arte, pues este no es propiedad de nadie, sino una cualidad que
nace con el hombre y que se desarrolla mediante una instrucción basada en el
verdadero conocimiento. En definitiva, se creó una ruptura entre la obra y el
espíritu que la genera.
¿No es
esto, en el fondo, lo que pasa hoy en día con todo? ¿Acaso no vivimos en un
estado de constante ruptura y disgregación debido a que hemos creado una
dualidad irreductible entre el “ser” y el “estar, entre “lo que soy” y “lo que
hago”, al perderse el vínculo que unía a ambos en una relación de armonía?
Hemos de recordar que la verdadera obra de arte es lo que cada uno puede hacer
consigo mismo.
Las
siguientes palabras de J. L. Borges expresan precisamente esa ruptura entre lo
inteligible y lo sensitivo, la cual produce la sensación de que ciertas cosas y
hechos contienen un lenguaje que quiere manifestarse ante nosotros, pero que
nunca llega a hacerlo porque hay una clave que hemos perdido, si bien nunca hay
que perder la esperanza de que la podamos recuperar:
"La música, los estados felices, la mitología, las caras
trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren
decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por
decir algo; esta inminencia de una revelación que no se produce es, quizás, el
hecho estético".
Estas
palabras de Borges son recogidas por Federico González en El
Simbolismo Precolombino (capítulo XVII), las cuales le sirven para
hablar precisamente de la insuficiencia y limitaciones del “hecho estético”,
incapaz por sí solo de captar la verdadera naturaleza de la obra de arte,
captación que en todo caso, dice Federico, vendría por el carácter “evocativo”
y simbólico de dicha obra. Por otro lado, esas mismas palabras también se
pueden tomar como definitorias de lo que les sucede a muchas personas que se
acercan a los temas de la Ciencia Sagrada y la Filosofía Perenne por el puro y
simple “goce estético”, contra el cual nada tenemos que decir, naturalmente,
pues el goce es algo personal y subjetivo. Sin embargo, otra cosa es considerar
que el punto de vista estético es una condición necesaria para adentrase en una
vía de Conocimiento, o incluso, como llegó a decir F. Schuon, que ella
constituye una verdadera “cualificación iniciática”, lo cual es un auténtico
despropósito.
Ese “goce
estético”, en todo caso, tendría algún sentido en los estadios preliminares de
una vía de Conocimiento y como resultado de una especie de “seducción” por el
misterio y lo desconocido, pero que carece completamente de fundamento una vez
se abandonan esos estadios preliminares al ampliar nuestra perspectiva gracias a
la percepción o “revelación” de la Belleza, que resulta de la perfección de las
relaciones que existen entre el espíritu y las cosas creadas, lo cual es una
manera de definir también a la Armonía Universal. Precisamente, en la Cábala,
la sefirah Tifereth
(el corazón del Árbol de la Vida y emanación directa de Kether,
la Unidad) significa tanto Belleza como Armonía. Ante ellas lo “estético” es un
pálido reflejo invertido, como lo es el “confort espiritual”, que igualmente es
una forma degenerada del hecho estético.
Lejos de
cualquier veleidad estética, la revelación de la Belleza genera un estado de
contemplación que, como señala Federico González en el mismo capítulo de Los Símbolos Precolombinos,
“no siempre puede ser conseguido de manera espontánea, o de modo
natural, sino bien por el contrario, en la mayoría de los casos es el producto
de un entrenamiento, de un aprendizaje paciente y concentrado, específicamente
en una sociedad como la nuestra, totalmente alejada de las claves simbólicas y
el conocimiento cosmogónico, la que debe más bien desprenderse de sus
prejuicios estéticos y comenzar lentamente a recuperar la posibilidad de ver la
verdad, absolutamente empañada por toda clase de intereses creados”.
Por otra
parte, y en línea con todo esto, René Guénon habló en un momento dado
(“Ceremonialismo y Esteticismo”, cap. XIII de Iniciación y
Realización Espiritual) que la concepción estética termina por
afectar con un "tinte" particular la manera en que los hombres
consideran todas las cosas, y añade a continuación:
Se sabe que la concepción "estética" es, como su
nombre por otra parte indica, la que pretende reducirlo todo a una simple
cuestión de "sensibilidad"; es la concepción moderna y profana del
arte lo que, como A. K. Coomaraswamy ha demostrado en numerosos escritos, se
opone a su concepción normal y tradicional; elimina toda intelectualidad,
incluso podría decirse toda inteligibilidad, y lo bello, lejos de ser el
"esplendor de la verdad" como se le definía antiguamente, se reduce a
no ser más que lo que produce cierto sentimiento de placer, luego algo
puramente "psicológico" y "subjetivo".
Y a
continuación añade que el “esteticismo” se vincula con el “ceremonialismo”, o
sea con el gusto excesivo por la ceremonia y lo pomposo, desvirtuando la fuerza
del rito a favor de lo que finalmente acabará siendo un simple “decorado”, o
una “mascarada” hecha de fingimientos y falsas apariencias:
“Lo que hemos dicho acerca del gusto por las ceremonias
propiamente dichas se aplica también, por supuesto, a la importancia excesiva y
en cierto modo desproporcionada que algunos atribuyen a todo lo que es
"decorado" exterior, llegando a veces, incluso en las cosas de orden
auténticamente tradicional, hasta a querer hacer de este accesorio contingente
un elemento totalmente indispensable y esencial, al igual que otros se imaginan
que los ritos perderían todo su valor si no estuvieran acompañados de
ceremonias más o menos "imponentes". Es aún quizá más evidente aquí que es de "esteticismo"
de lo que se trata en el fondo, e, incluso cuando quienes se unen así al
"decorado" aseguran hacerlo a causa del significado que ellos le
reconocen, no estamos seguros de que no se engañen a menudo con ello, y de que
no estén atraídos más bien hacia algo mucho más exterior y "subjetivo",
por una impresión "artística" en el moderno sentido de la palabra; lo
menos que se puede decir es que la confusión entre lo accidental y lo esencial,
que subsiste de todos modos, es siempre el signo de una comprensión muy
imperfecta”. Francisco Ariza
https://franciscoariza.blogspot.com/
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