Pico
de la Mirandola comprendió la identidad esencial de todas las tradiciones y se
estableció en el Corazón del Mundo. Bebió de las fuentes que otorgan la
inmortalidad del alma, y su palabra y escritura eran el cauce por donde
manifestar lo que su espíritu comprendía de sus visitas secretas al Parnaso y
al Olimpo. De ahí su metafísica poética inspirada por las Musas, la que vio plasmada en los misterios Órficos a través de las enseñanzas transmitidas por los
pitagóricos y los neoplatónicos, como Proclo, o Dionisio Areopagita, así como por
los sabios de cualquier tradición con los que pudo tomar contacto. Es el caso
de los cabalistas, muchos de los cuales procedían de Sefarad, España, los que
trajeron consigo el tesoro de su sabiduría plegado en los textos emanados de la
Torá celeste, y que él, nacido para la concordia, supo sintetizar con la prisca teología y el misterio cristiano,
dando un nuevo impulso a la Tradición en Occidente, que ha llegado hasta nuestro
días, un hecho insólito teniendo en cuenta la oscuridad que nos envuelve, o
precisamente por ello.
La
magia teúrgica de Pico atrajo el poder de los espíritus más sutiles del
Universo, y su verbo encendido por la pasión hacia la Diosa Sabiduría siempre
nos exhorta a reconocer la parte divina de nuestra naturaleza, y a ponerla en
comunicación con las inteligencias y jerarquías angélicas, también llamadas
estados superiores del ser. Es, en este sentido, un íntimo amigo, perteneciente
a la “cadena áurea”, cuyos eslabones atraviesan los siglos, las edades y los
eones llevando consigo la Luz, la Palabra y la Vida.
Con
esta invocación: “Hermes: ¡Gran milagro, oh Asclepio, es el hombre”, comienza
precisamente su Discurso sobre la
Dignidad del Hombre. Esta idea del milagro de lo humano en el conjunto de
la vida universal está en el meollo de este Discurso,
y para no olvidarlo escribe las siguientes palabras, dirigidas también a cuantos tienen la oportunidad de leerlas:
Pero, ¿a qué todo esto? Para que
entendamos –puesto que hemos nacido con la posibilidad de ser lo que queramos-
que debemos cuidar de manera muy especial que no se nos eche en cara que, aun
estando en una posición de privilegio, no nos dimos cuenta de ello y así nos
volvimos semejantes a los animales irracionales y a las bestias carentes de
juicio, sino que se diga más bien que atendimos a la expresión del profeta
Asaf: “Sois dioses y todos hijos del Altísimo”. De modo que, abusando de la
indulgentísima liberalidad del Padre, no convirtamos la libertad de opción, que
Aquel nos ha concedido, de saludable en perjudicial para nosotros mismos.
Invada nuestro ánimo cierta ambición sagrada para que, no contentos con la
mediocridad, anhelemos alcanzar lo superior y nos esforcemos por conseguirlo
con todas las fuerzas, puesto que podemos, si queremos. Francisco Ariza
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