En algunos
comentarios de la nota anterior se habló acerca de la “rueda del samsara” y de los tres animales (también llamados los
“tres venenos de la mente”,una serpiente, un gallo y un cerdo, que representan
respectivamente la soberbia, la avaricia y la ignorancia) que se encuentran en
el centro de la misma. Esos comentarios nos han hecho recordar la importancia
que tiene nacer en el estado humano, el cual ha sido bendecido con el “libre
albedrío”, que como ya dijimos puede ser un arma de doble filo, pues
parafraseando a Pico de la Mirándola, el hombre, dotado de esa libertad, puede
escoger el camino de convertirse en un gusano, o bien llegar a las más altas
cimas del Intelecto, e incluso ser:
“hijo de
Dios, y, si no contento con la suerte de ninguna criatura, se repliega en el
centro de su unidad, transformado en un espíritu a solas con Dios en la
solitaria oscuridad del Padre, él, que fue colocado sobre todas las cosas, las
sobrepujará a todas” (Discurso sobre la dignidad del hombre).
Esta es la
miseria y la grandeza de lo humano. Por razones cíclicas lo primero es lo que
hoy impera, sin embargo seguimos conservando la memoria de lo que era el hombre
antes de la expulsión de la Patria original y la “caída” en el devenir del
tiempo. Esa posibilidad siempre está ahí, esperándonos, como nos espera la
Sabiduría tras los cortinajes de Maya, la
“ilusión cósmica” sometida a la dialéctica de la dualidad como motor de la
misma.
En el Corpus Hermeticum se dice: “¡Qué gran milagro es el
hombre, Asclepio!”
Y en el
budismo se afirma que nacer humano es muy difícil, y por tanto es una
oportunidad que no se debe desaprovechar, quizá debido al lugar de
intermediario que ocupa en el orden de la Existencia, y que le permite conectar
lo inferior con lo superior, en sí mismo y con respecto al conjunto del cosmos.
Nacer en el estado humano es tener la oportunidad de “despertar” no solo del
sueño a que nos tiene sometido el formidable influjo del mundo sublunar, sino
de despertar de esos otros sueños más sutiles y por ello más difíciles de
considerar como tales, pues “dentro” de ellos viven nada menos que los dioses
creadores y demiúrgicos (los devas y los asuras en términos hindo-budistas), aquellos a los que
Proclo, el heredero de Platón, define como los dioses “encósmicos”, pertenecientes
al cosmos, y que él diferencia de los dioses olímpicos, o “extracósmicos”, pues
están “fuera” del cosmos o girar perenne de la Rota Mundi.
La
Tradición (nada que ver con lo costumbrista y el folclore de pandereta, y ni
mucho menos con el “tradicionalismo”) es también un estado que nos permite
comprender, o mejor, “intuir” un hecho crucial: que lo humano, en tanto que
conserva en sí mismo la semilla de la inmortalidad, es acreedor de un
conocimiento que puede conducirle a la Sabiduría, y escapar así de la “rueda de
las encarnaciones”.
En efecto
la Tradición, y la doctrina cosmogónica y metafísica que ella articula, te
puede guiar hasta un punto, hasta el momento en que de verdad has asimilado
todo eso y estás preparado para asumir la soledad del “corredor de fondo”,
donde solo te tienes a ti mismo, que no es poco, pues como señala la Tabla de
Esmeralda: “lo de abajo (el microcosmos) es como lo de arriba (el macrocosmos),
y lo de arriba como lo de abajo”. O sea que esa soledad es la del propio Ser que
se mira a sí mismo en la miríada de criaturas que conforman la Creación entera.
Es la presencia o inmanencia del Ser en todas y cada una de sus criaturas.
Haber asumido esa realidad es estar preparado para las “nupcias alquímicas”,
donde tu alma mercurial será recibida por el espíritu sulfuroso, y viceversa,
haciéndose una sola entidad, en la solitaria y trascendente “oscuridad del
Padre”.
Rueda del Samsara
En esta
imagen del budismo Mahayana podemos observar una representación de la rueda del
samsara, o samsarachakra, en cuyo centro
aparecen claramente los tres animales de la ignorancia, la soberbia y la
avaricia. Toda la rueda está bajo el poder de Shinje
(equivalente al Yama hindú), el “Señor de la
Muerte”, que envuelve a la rueda con su cuerpo inconmensurable a punto de
devorarla enteramente junto con todos los seres que contiene. Los “seis reinos”
o “mundos” que la conforman son: el reino los devas, el de los asuras, el de
los humanos, el de los animales, el de los pretas y el de los seres infernales.
Por otro lado, es notorio observar cómo Yama es
idéntico a esa otra figura de la cosmovisión hindú llamada
Kâla-Mukha, considerada como una especie de “guardián del umbral”, o
de la “Puerta Estrecha” dicho en términos cristianos, que impide el acceso a
los estados incondicionados y metafísicos a quien no está preparado para
recibirlos, pero que no pone ningún impedimento a quien, por el contrario, se
ha hecho “uno con su Señor”. Francisco Ariza
https://franciscoariza.blogspot.com/
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