Recordábamos en la nota anterior que los cinco últimos días
del año eran vividos entre los antiguos aztecas como un “regreso al caos”
indeterminado. Eran los días nemontemi “baldíos”, “nefastos”,
o “llenos de vacío”, y que todo eso facilitaba experimentar el no ser, como
paso necesario para todo verdadero cambio de estado.
En otras tradiciones, como la Egipcia, estos mismos días no
tenían ese cariz que le daba la cosmogonía azteca, si bien coincidía con ella
en ese carácter “atemporal”, en los que el tiempo ha dejado de existir como
tal. Estos días fueron creados por Thot (el Hermes egipcio), y se
llamaban heru renpet "los que están por encima del
año", o sea los que no están en el tiempo, por eso también recibían el
nombre de mesut necheru "del nacimiento de los
dioses", concretamente de cinco de ellos: Osiris, Isis, Horus, Neftis y Seth.
Eran días vividos como nuevas posibilidades dentro del
“tiempo atemporal” y mítico donde “nacen los dioses”, posibilidades que se
volcarán sobre el cosmos determinando así el curso del gran tiempo cíclico
donde se cumplen los destinos de todos los seres manifestados. Se dice que Thot
durante el nacimiento de los dioses evitó que a estos les diera la luz de
Jonsu, el dios lunar, o sea que durante el parto de los cinco dioses Thot
retiró toda referencia a la medida del tiempo, ya que la luna, con sus movimientos
periódicos (Jonsu quiere decir “viajero”), genera las primeras medidas del
curso temporal advertidas por el hombre. Ritualmente se vive el regreso al
tiempo mítico, atemporal, teogónico, donde nacen los dioses a perpetuidad.
Si en un ejercicio de analogía simbólica esto lo trasladamos
a la tradición cristiana, esos días “abismales”, “por encima del tiempo” o “del
orden cósmico”, comenzarían tras el día de Navidad, prolongándose hasta el
último día del año. Es como si en realidad este, el año-tiempo, terminara el 25
de Diciembre con el nacimiento de Cristo, y no diera comienzo nuevamente hasta
el 1 de Enero, consagrado a Emmanuel, “Dios con nosotros”, o “en nosotros”, que
es el nombre del Mesías anunciado por los ángeles (equivalentes a los dioses)
con las siguientes palabras: "Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra
paz a los hombres de buena voluntad". (Lucas 2: 8-14).
Jacob Böhme. Cristo convirtiéndose en humano. El triángulo
central invertido simboliza la “matriz cósmica” donde se genera el Hijo de Dios
y del Hombre.
Emmanuel, que santifica el primer día del “año nuevo” es
como una promesa o germen del nacimiento de “Dios en el hombre”. Es una
posibilidad real que se realiza en y gracias al tiempo y sus ciclos, como el de
los 360 días del “año civil” (un modelo a escala de los grandes ciclos
cósmicos), días que se corresponden con los 360 grados de la circunferencia.
Cada uno de esos días está consagrado a un aspecto de la divinidad a través de
sus intermediarios humanos y celestes (al igual que en todas las cosmogonías)
contribuyendo al crecimiento interior de ese germen, crecimiento que en el
Cristianismo (y en la antigua tradición de Mitra) culmina el 25 de Diciembre
con el nacimiento del “Sol Invicto”, del Niño-Dios, o Niño-Alquímico, pues se
trata de la transmutación o regeneración de la naturaleza humana en su
Principio divino, lo cual no sería posible si ese Principio no estuviera ya
presente en el corazón de lo humano. Francisco Ariza
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