MISCELÁNEA DE PENSAMIENTOS HERMÉTICOS. Francisco Ariza

martes, 14 de abril de 2020

CUANDO EL DIOS SHIVA DEJA DE DANZAR


La danza de Shiva es el propio movimiento creacional. Señala Federico González (Simbolismo y Arte, cap. III) que el movimiento es “la proyección espacial del tiempo”, ya que este no lo podemos medir si no es a través del movimiento en el espacio. El movimiento liga, así, el tiempo y el espacio. Pero cuando Shiva deja de danzar esto significa que ya no hay espacio que permita el movimiento de esa danza, o sea que el tiempo y el espacio se han fundido en una sola realidad, imposible de definir, por ser absolutamente inefable: es la “vivencia de la eternidad”. ¿Cómo explicar eso?

Cuando Shiva deja de danzar se produce la transformación del tiempo en un solo y absoluto instante sin solución de continuidad. El “instante” es inaprehensible, y por la misma razón tampoco es “computable” por decirlo de alguna manera gráfica, que siempre es simbólica al ser la descripción esquemática de una Idea, en este caso de la idea del no-tiempo.

En efecto, cuando Shiva y su Shakti (su potencia creadora) cesan en su perenne copulación, la ecuación espacio-tiempo queda abolida de inmediato. Si ya no hay movimiento, si los ritmos entrelazados no encuentran eco donde expandir su cadencia armónica, el Cosmos queda absorbido en su Principio, en su Origen increado. En ese instante todos los seres y mundos advierten que sus corazones están atravesados por el hilo de Atma, en perfecta simultaneidad. 

Ese “advertir” es un despertar de la conciencia que nos permite realizar el pasaje “de lo individual a lo universal”, lo cual es imposible que ocurra en el tiempo, pero que sí ha sido con la ayuda del tiempo como lo podremos realizar, por eso el propio Federico González, en ese mismo capítulo, nos dice que el tiempo es una manifestación del Amor divino. El tiempo podría ser descrito simbólicamente como una sucesión de instantes encadenados, de la misma manera que cada punto de la circunferencia es el extremo de uno de los radios que parten del centro, que es único, razón por la cual simboliza al Espíritu, a la Unidad metafísica. 

Y así como en una circunferencia no puede haber “dos centros”, también el Espíritu es único con respecto a la totalidad de los seres creados. Él es el Principio y el Fin del tiempo, que se conjugan en el verbo Ser: “Yo Soy el Alfa y la Omega”. 

Como señala René Guénon (Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, cap. XVIII): “El ‘Señor de los tiempos’ no puede estar por su parte sometido al tiempo, el cual tiene en él su principio”. Él es, por tanto, el “Señor de la Eternidad”. Y en otro lugar, el mismo Guénon afirma que en la Eternidad, “el conjunto del tiempo está siempre presente en la totalidad de su extensión”.[1]

La revelación de esa realidad en el alma humana la llena de gozo y de júbilo, palabra tan cercana a jubileo, “el año en que el Señor te concede su Gracia”. En primer lugar porque el alma reconoce que ha sido “visitada” por el soplo del Espíritu, ya que Él solo se “presenta” a quien realmente lo ama, aunque sea donde y cuando Él quiera, pues, también aquí, solo el Padre conoce el día y la hora.

Esa alma no necesita llegar a ningún “fin de ciclo”, colectivo o individual, para darse cuenta que dicho fin “ya fue” para ella, consumada, y consumida, en el Amor, que no olvidemos es hijo del Conocimiento, de la Sabiduría, lo cual revela una jerarquía entre ambos. Es por eso que el Amor, hijo del Conocimiento, está en permanente guerra contra la muerte y la ignorancia, nuestro principal enemigo. El Amor es un dios generoso, capaz de unir los fragmentos dispersos de nuestro ser, y mantenernos firmes en la Fe, y en la Esperanza de escapar de las garras del Demiurgo, el artesano creador de la ilusión cósmica. Francisco Ariza




[1] Prefacio al libro de Ananda K. Coomaraswamy El Tiempo y la Eternidad. A continuación Guénon señala lo siguiente: “La independencia esencial y absoluta de la eternidad con respecto al tiempo y a toda duración (…) resuelve inmediatamente todas las dificultades planteadas a propósito de la Providencia y la omnisciencia divinas”. 


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