MISCELÁNEA DE PENSAMIENTOS HERMÉTICOS. Francisco Ariza

jueves, 18 de febrero de 2021

LA METAFÍSICA, CIENCIA Y ARTE DE LO REAL

Extracto del cuadro “Moisés frente a la zarza ardiente”, Jean Tassel 1608-1663

La Metafísica es la Ciencia y el Arte de lo real por excelencia. Gracias a ella el ser humano puede “realizar" (palabra relacionada con real) todas sus posibilidades individuales y supraindividuales, para lo cual tiene que haber recorrido una parte importante del viaje iniciático, superando las pruebas del laberinto del mundo intermediario como hicieron los héroes de la Antigüedad y de experimentar como ellos el tiempo mítico, que forma parte constitutiva y esencial de los misterios de la Cosmogonía, que son los del hombre por la analogía existente entre el macrocosmos y el microcosmos. Ese proceso culmina con la entrada en la Patria Celeste, que equivale, en el lenguaje del Hermetismo Cristiano, al conocimiento de la Triunidad de los principios universales, que se sintetizan en la Unidad del Ser, o Gran Arquitecto del Universo. 

Pero ese conocimiento (y el propio proceso iniciático) va todavía más lejos si realmente quiere abarcar el Todo, o sea no sólo el mundo de la Creación y de su Principio, sino el mundo de lo Increado, de lo supracósmico, y por tanto de lo que está "más allá" de ese Principio, para lo cual es imprescindible concebir en nuestra conciencia la idea del No-Ser, del Dios que "no existe", en la medida en que toda existencia supone un condicionamiento, del que Él carece enteramente. Pero por "no existencia" no entendemos simplemente la "nada" (una imposibilidad metafísica), sino aquello donde "no hay nada de lo que pudiera decirse es algo" (cf. Unidad, del Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, de Federico González). Precisamente los estados no-manifestados son tales porque no están condicionados por nada en absoluto, y no puede decirse lo mismo de los estados manifestados que, para empezar, están bajo el dominio de Maya, el velo o ilusión cósmica, y es entonces perfectamente natural que los estados no manifestados sean verdaderamente una "aspiración" para todos los seres que están sujetos a las condiciones de la existencia manifestada y han advertido esta circunstancia al intuir que es en ellos donde encontrarán la plenitud de su realización espiritual. Así pues, los estados no manifestados constituyen posibilidades que anidan en el fondo de nuestro ser, aunque no podamos expresarlos ni representarlos, ni definirlos en modo alguno.

Desde luego concebir algo que “no existe” pero que sin embargo es lo que da realidad y sentido a todo cuanto existe es un pensamiento parecido a la “arena que estropea la máquina”, y ante el vértigo al abismo que se abre ante nosotros lo más normal es que nos olvidemos del asunto por “irresoluble”. En este punto deberíamos meditar en aquello que dice el Tao-te-King: que es gracias al "vacío" del centro lo que hace útil a la rueda. En el vacío de la rueda no hay nada, y sin embargo es gracias a él que esta puede moverse. Pero no es con la mente con la que hemos de afrontar semejante desafío. O mejor dicho, la facultad de la mente sí puede "teorizar" la idea metafísica del No Ser, y hacer analogías, que están en la base del pensamiento simbólico, y por tanto metafísico, y el ejemplo que hemos puesto del Tao-te-King es una muestra de ello. Los textos sapienciales de las diversas tradiciones que tratan directamente de la metafísica están llenos de analogías, pues es de esta manera como las ideas pueden relacionarse entre sí en una articulación axial y jerárquica, rompiendo moldes mentales solidificados. Hablamos del Vedanta hindú, de Proclo (el mayor hermeneuta de Platón), de la Cábala, del Cristianismo de Dionisio Areopagita, del Maestro Eckhart y de Nicolás de Cusa, del sufismo de un Ibn Arabí, etc., etc., a los que hay que añadir los autores de todas las épocas, incluida la nuestra, que han interpretado esos textos de acuerdo al espíritu con que fueron confeccionados y han vivido la experiencia liberadora de su encarnación. Recordemos que la mente es un reflejo, en nuestra individualidad, del Intelecto Superior, que es más bien al que hay que invocar para que esa "teoría" y todo ese "juego" de relaciones inteligentes entre los símbolos de la Ciencia Sagrada  comience a efectivizarse y operar la transmutación en el sentido alquímico del término, iluminando nuestra conciencia y preparándonos interiormente para vivir la experiencia de lo auténticamente trascendente. Como dicen los Evangelios: "busca y encontrarás". 

Decíamos que los estados no manifestados son inexpresables. Pero que no podamos expresarlos no importa demasiado en este caso, pues ¿podríamos acaso expresar lo que significa el silencio, o el vacío? Contestar que el silencio es la ausencia de sonido (o que el vacío es un espacio sin contenido), no significa nada en este contexto, pues no se trata de ese tipo de silencio (ni de ese tipo de vacío), que en cualquier caso sería un símbolo del verdadero silencio, del silencio arquetípico, que es precisamente un estado de no manifestación (al igual que el vacío), mediante el cual el ser puede comunicarse con su Principio Supremo (con el Atmâ Incondicionado en términos hindúes), pues como señala Rene Guénon a este respecto:

“No solamente no es más que en y por el silencio que esta comunicación [con el Principio Supremo] puede obtenerse, ya que el "Gran Misterio" está más allá de toda forma y de toda expresión, sino que el silencio mismo "es el Gran Misterio"; ¿cómo hay que entender exactamente esta afirmación? Primero, puede recordarse a propósito de ello que el verdadero ‘misterio’ es esencial y exclusivamente lo inexpresable, que no puede evidentemente ser representado más que por el silencio; pero, además, siendo el "Gran Misterio" lo no manifestado, el mismo silencio, que es propiamente un estado de no manifestación, es por esto como una participación o una conformidad con la naturaleza del Principio Supremo. Por otra parte, el silencio, referido al Principio, es, podría decirse, el Verbo no proferido; es por ello que ‘el silencio sagrado es la voz del Gran Espíritu’, en tanto que éste es identificado con el Principio mismo; y esta voz, que corresponde a la modalidad principial del sonido que la tradición hindú designa como para o no manifestada, es la respuesta a la llamada del ser en adoración: llamada y respuesta son igualmente silenciosas, constituyen respectivamente una aspiración y una iluminación puramente interiores”. (“Silencio y Soledad”, cap. V de Mélanges).

La idea del Silencio, del Vacío, del No-Ser, del Infinito, de la inagotable Posibilidad Universal, de la No-Dualidad, están fuera del alcance del ser humano en su estado ordinario, incapaz de albergar un alma “grande” semejante a una esfera en constante expansión, que solo se detiene cuando “limita con lo ilimitado” (o sea con lo Infinito) en feliz expresión de Federico González. Un alma que habiendo superado los corsés impuestos por las limitaciones de la existencia corporal y psíquica, puede contener al Cosmos entero y a los principios ontológicos, que se resuelven siempre en el Ser universal. No olvidemos que en la Cábala la parte más elevada del alma se denomina Neshamah y se identifica con el Espíritu mismo.

Un ejemplo de “alma grande” es la de Moisés, el Legislador del pueblo judío y un “eje polar” del tiempo que le tocó vivir. Es su grandeza de alma (magnanimidad) la que le empuja, en primer lugar a liberar a su pueblo, y posteriormente alcanzar las cimas del Sinaí para preguntarle a Dios cuál es su Nombre, y nos imaginamos que esa pregunta fue imperativa, exigente, absoluta, por la necesidad de conocer ese Misterio, y él ve una “zarza ardiendo”, y oye una voz en su silencio interior: “El Ser Es el Ser”, o “Yo Soy el que Soy”. Moisés reconoce esa verdad en sí mismo con la inmediatez de un rayo luminoso (símbolo de Buddhi, el Intelecto Superior), y no como resultado de una “reflexión” mental o racional, pues es imposible especular ante semejante revelación recibida en el alma como un torrente de luz que todo lo penetra. Se dice que Moisés recibió dos Tablas de la Ley: una, exotérica, dirigida al común del pueblo, y otra, esotérica, dirigida a quienes formaban parte de la “cadena de la tradición iniciática”, la que muchos siglos más tarde recibiría el nombre de Cábala, que significa tradición y recepción. Pues bien, es en estas segundas Tablas donde Moisés recibe las verdades ontológicas más altas, referidas a la naturaleza del Ser que solo “se conoce a Sí Mismo por Sí Mismo”, o sea que “El Ser Es el Ser”. Es claramente la manifestación de la Unidad Divina. Pero asimismo, y como “Polo” de su época, Moisés es receptor de misterios aún más profundos, precisamente los referidos a la naturaleza del Dios incognoscible, que es el Dios que “No Es”; que “no es” principio de nada puesto que no tiene principio, que no es “fin de nada” puesto que no tiene fin. No es “el Alfa y la Omega”, sino el Infinito, el En Sof, que contiene al Alfa y la Omega, o sea al conjunto de la Manifestación universal, y a lo No manifestado en su totalidad. 

Otra alma grande es la del cardenal Nicolás de Cusa, que dejó dicho que el Conocimiento más elevado es precisamente la “Docta ignorancia”, que es en esencia lo que dijo a su vez Platón por boca de Sócrates (otras almas grandes): “Yo solo sé que no se nada”, que es a lo que conduce esa máxima, también socrática, de “Conócete a ti mismo”. Es de notar que Nicolás de Cusa introdujo el Amor en todos estos misterios cuando afirmó: “Puesto que lo ignoro, lo amo”, refiriéndose al Dios Inefable y desconocido, lo cual permite hablar también de una metafísica del amor, y tal vez aquí reside el sentido más profundo de ese “Dios es Amor” que plasmó Juan en su Evangelio, lo que excluye cualquier sentimentalismo de tipo religioso, pero sí un tipo de “emoción intelectual” que es el fuego secreto que inflama al alma y la eleva hacia su Origen increado. Si el Amor es hijo del Conocimiento como señaló lúcidamente Leonardo da Vinci, su madre es la Sabiduría.

A propósito de la “docta ignorancia” y otras aparentes contradicciones y paradojas con las que nos encontramos y encontraremos en nuestro "trato" con estas ideas nada fáciles, debemos decir que el pensamiento metafísico las acepta todas, puesto que en él ya están resueltas de antemano. Si no existiera la posibilidad de pensar metafísicamente (que es en esencia la búsqueda de la conciliación de los opuestos para lograr el acceso a una realidad completamente otra, la realidad del “eterno presente”, o de un “ahora siempre reiterado”, en palabras nuevamente de Federico González) no existiría el puente que comunica lo inmanifestado con lo manifestado, y viceversa. Por eso es tan importante la doctrina metafísica, cuyo estudio es parte constitutiva del rito del Conocimiento y siempre se ha de tener en cuenta la máxima alquímica que aconseja la paciencia y la perseverancia, que es al fin y al cabo la única manera de escapar de la Rueda del samsara y su reincidencia, sobre todo para quienes se han dado cuenta de que la "casa cósmica" es una adorable "cárcel de oro", pero cárcel al fin, y aspiran a la plena libertad incondicionada.

René Guénon tituló su libro más metafísico como Los estados múltiples del Ser, y si no distinguió en él entre estados manifestados y estados no manifestados, es porque ambos están comprendidos en el Ser Universal, solo que unos son posibilidades de manifestación mientras que los otros son posibilidades de no manifestación, como de hecho es el Ser, pues aunque sea el principio de la manifestación cósmica, en Sí Mismo es inmanifestado, lo cual nos permite comprender mejor el sentido de la revelación recibida por Moisés en el Sinaí. En suma, que “el Ser que Es” es también “Lo que No Es”. No se niegan mutuamente, sino que se identifican y “concilian” en la Suprema Identidad, en la plenitud de la No-Dualidad, que es el estado de Liberación más absolutamente genuino que pueda concebirse. Francisco Ariza

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