Todas las tradiciones tienen sus mitos fundadores y
héroes ejemplares, que se celebran en fechas señaladas del año, coincidiendo
muchas veces con el solsticio de invierno y el equinoccio de primavera, o
cercanos a ellos. La tradición cristiana, en cuya cultura hemos nacido la gran
mayoría de nosotros, tiene dos fechas muy señaladas relacionadas con esos mitos
fundacionales: la Navidad (nacimiento del héroe que coincide con la fecha de
otros héroes-dioses, como Mitra) y la Semana Santa, durante la cual el héroe
fundador es aclamado como “salvador” al entrar en la ciudad sagrada, en este
caso Jerusalén, y subido en un asno, animal representativo de las energías
inferiores, queriendo ejemplificar con ello la victoria definitiva de la luz sobre las
tinieblas.
Su entrada en la ciudad sagrada coincide con el
domingo, el día del Sol, y es recibido con ramos de palmera y de olivo, árboles
relacionados con la resurrección y la luz de la Sabiduría. Esa entrada
victoriosa es como un anticipo de su entrada en el Cielo de los Bienaventurados,
acogido en el seno el Padre. Posteriormente se celebran los misterios de la
Eucaristía (el rito central del Cristianismo), la comunión con el Santo
Espíritu mediante la transubstanciación, o sea la espiritualización del cuerpo
y la sangre, que constituye una verdadera sublimación alquímica, y otro anticipo
de la “intensa divinización” (apoteosis) del héroe convertido en dios:
"Tomad y comed, esto es mi cuerpo (…) Tomad y bebed, esto es mi
sangre".
Para que todo esto sea cumplido, y real, el héroe
ejemplar, el modelo vivo del “Hijo del hombre”, ha de ser “fijado” en su propia
cruz y asumir los “errores” del mundo para que a través de Él también estos
sean sublimados. El acto de traición de Judas Iscariote tras la Eucaristía
anuncia el compromiso y aceptación de ese cumplimiento trágico: “lo que has de
hacer hazlo pronto”. Comienza la Pasión y el martirio del héroe-dios. El tiempo
se consume, se está cumpliendo, en el sentido de conclusión, que también tiene un significado de culminación cíclica, pues el eje de la
cruz está en lo más alto del Calvario, del monte Gólgota, que significa “lugar
del cráneo”, en referencia al cráneo de Adán, el primer hombre, el cual se hace
presente a través de Cristo, que en un momento dado, y después de haber
resucitado, aparece ante María Magdalena como un jardinero, u hortelano, que es
lo que era Adán cultivando el Jardín edénico. En ese momento Cristo “está” en el Paraíso
terrestre (conforme a lo que le había dicho al "buen ladrón" en la cruz: que ambos estarían esa tarde en el Paraíso), reconociendo así el lugar central del ser humano en la Creación,
pero también advierte de que se trata de un estado pasajero, y que por tanto hay que continuar el camino ascendente hacia el Paraíso Celeste, de ahí las
palabras que el héroe divinizado dirige a María Magdalena: "Noli me
tangere" (Juan 20: 17), o sea “No me toques”, también traducido como “No
me retengas”.
La piedra de la cámara sepulcral es semejante a la “clave de bóveda” arquitectónica. Es evidente la analogía entre dicha cámara (que desde luego tiene connotaciones con la "cámara del medio" masónica) y la propia “caverna iniciática”, que es también la “caverna cósmica”. Por eso la piedra que guarda el cuerpo de Cristo es removida por el ángel para que aquel pueda “salir” del sepulcro-cosmos, y abandonando su forma corporal y psíquica ir a visitar a cada uno de sus discípulos antes de ascender definitivamente al Dios Oculto, que, precisamente por eso, abandonó a su Hijo en la hora más fatídica, dejándolo en la más absoluta soledad.
El propio Cristo ya lo
advirtió: “El Espíritu sopla donde quiere, y oyes su voz; pero ni sabes de
dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu”.
(Juan 3: 8-21).
DOS NOTAS ADICIONALES:
1.- ¿Cómo no ver en la pasión, muerte y resurrección de Cristo tres momentos fundamentales de los Misterios de la
iniciación, que ciertamente también están en todas las tradiciones sapienciales, incluida la
Masonería, en la que no por casualidad el Maestro Hiram vive su propia
pasión, muerte y resurrección?
2.- Puede ser que la Iglesia exterior haya asumido hasta tal punto la “forma” que se encuentre “petrificada”, no en vano fue la obra de Pedro (que significa "piedra"), pero continúa existiendo la Iglesia interior, o “Iglesia secreta” como también se la conoce, y que la propia tradición cristiana afirma que es la obra del evangelista Juan, el “discípulo bien amado” que reposó su cabeza sobre el corazón de Cristo durante la Última Cena. En este contexto cobra sentido el diálogo entre Jesús y Pedro en el que ambos hablan de Juan, del discípulo bien amado y en el fondo de la permanencia viviente de la Iglesia interior, o esoterismo cristiano, hasta los tiempos de la Segunda venida:
“Entonces Pedro, al verlo, dijo a Jesús: Señor, ¿y éste, qué? Jesús le dijo: Si yo quiero que él se quede hasta que yo venga, ¿a ti, qué? Tú, sígueme. Por eso el dicho se propagó entre los hermanos que aquel discípulo no moriría; pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si yo quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti, qué?” (Juan 21: 20-22). Francisco Ariza
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