La Escuela de Atenas (fragmento), de Rafael Sanzio
El Leviatán, el monstruo bíblico
representativo del Caos, ha mutado y se ha hecho definitivamente global. Esto
solo podía pasar en el “reino de la cantidad”, como René Guénon definió nuestro
mundo actual en una de sus obras más conocidas (El Reino de la Cantidad y
los Signos de los Tiempos), y que es de hecho la causa principal de los
muchos problemas que padecemos actualmente. Lo tenemos ante nuestra vista, pero
preferimos esconder la cabeza bajo tierra como el avestruz, pero el monstruo
sigue ahí, y creciendo.
En el año 2000 la población mundial era de
6000 millones, y 20 años después ha aumentado en 1700 millones, o sea que la
cifra actual está aproximadamente en 7700 millones de seres humanos, y si su
crecimiento es continuo según precisas leyes matemáticas, ¿cuántos
millones de habitantes habrá dentro de otros 20 años más? ¿Podrá el planeta
soportarlo teniendo en cuenta que los conflictos de hoy día debidos a
esa sobrepoblación aumentarán en la misma proporción? A esto se ha unido la
pandemia del coronavirus, que es una consecuencia de la explotación
descontrolada de la madre Tierra (un auténtico sacrilegio), con el consiguiente
cambio climático y destrucción o debilitamiento de los delicados
ecosistemas.
Pero además hay otras
"pandemias" a cuya propagación contribuye decisivamente la
globalización y los medios tecnológicos que la sustentan; es el caso del
“revisionismo” histórico y de las costumbres, al que se une el hipócrita
puritanismo de lo “político y moralmente correcto”. ¿Por qué ese empeño
en hurgar en las entrañas de la Historia para acomodarla a nuestros
gustos y criterios actuales? ¿Por qué no la consideramos desde la perspectiva
de un Cicerón, por ejemplo, que afirmó que la Historia es la luz de la verdad,
la vida de la memoria, y maestra de la vida? Siendo maestra de la vida, de la
Historia desde luego que hemos de aprender de los "errores" cometidos
por los hombres a lo largo de los siglos, pero también de sus aciertos, pero si
ella se "revisa" a la conveniencia ideológica de nuestra
"tribu" particular, cualquiera que esta sea, ¿qué vamos a aprender de
ella?, y ¿qué vamos a rectificar si creemos que nuestra época es el mejor de
los mundos posibles? Con lo cual cometeremos idénticos errores, aunque con distintos collares, y
estos, debido también a la globalización, seguirán extendiéndose por todo el
planeta.
Lo mismo podemos decir del estudio de las humanidades, a las que se tiende
a ignorar en los planes de estudio de prácticamente todos los países en beneficio
de las nuevas tecnologías, en su cada vez más amplio abanico de
especializaciones. En el fondo se trata del desprecio por la cultura, palabra
que no olvidemos viene de “cultivo”, se entiende que del cultivo de nuestra
mejor simiente. Es una muestra más de la injusticia ejercida contra lo humano por la mentalidad artificiosa del "transhumanismo", que ya está
gobernando "este" mundo.
La Nueva Inquisición, henchida de
relativismo y falsa superioridad moral, pretende arrinconar la memoria de los
siglos en el almacén del olvido, e irremediablemente una enorme ola de estúpida
y mezquina puerilidad recorre el mundo entero como un tsunami. Sin
embargo, nada es por casualidad, y más vale preguntarse quiénes son los
que mueven estos hilos, y quiénes los que pretenden borrarnos la memoria,
enfrentar a las generaciones entre sí y a cada individuo consigo mismo valorando sus miserias e infravalorando sus virtudes. Pero
aquellos que, consciente o inconscientemente, están provocando la división y la
desintegración de la humanidad, unidos a los que pretenden mediante la
"inteligencia artificial" guiarla hacia un mundo distópico y
brutal, ¿no son a su vez movidos, sin saberlo, por otros hilos más sutiles, y
según un propósito determinado del que ellos son también víctimas, pero que desconocen por completo ilusionados como están con sus "inventos"?
II
Algunos filósofos griegos, conocedores de
las leyes cíclicas (como Platón), afirmaban que “todo en el cosmos conspira”,
queriendo decir con ello que el mando de la Gran Máquina del Mundo, en manos de
los mensajeros divinos, ya se llamen ángeles o dioses intermediarios, es tomado
en un momento dado por aquellas otras entidades que son su reverso oscuro y
tenebroso (los demonios o los dioses del inframundo), cuya misión al final de
un gran ciclo, y de acuerdo a su naturaleza, consiste precisamente en ir desmontándola pieza a pieza. También puede verse ese "conspirar" como una gran
partida de ajedrez jugada por los Devas y los Asuras,
los dioses y los demonios hindúes; se trata del “juego cósmico”, o del
“panludo”, como señaló en cierta ocasión Federico González [1] y en donde ahora
tienen las de ganar los Asuras, que campan a sus anchas al
habernos olvidado los seres humanos de invocar a las potencias
superiores. En este tiempo de desguace vivimos.
¿Dónde está el origen de todo esto?,
podemos preguntarnos. Hay varios orígenes, pero hay uno en concreto que “colmó el vaso” de
los despropósitos. En un momento dado, situado en torno al siglo XVII, hicieron
su aparición los “pensadores” (nos negamos a llamarles ‘filósofos’) y
científicos racionalistas creadores de una "nueva fe", la del
“progreso indefinido", una de esas modas que acabaron extendiéndose
por doquier, como si ese "progreso" fuera una ley inexorable y no el
resultado de una ilusoria concepción lineal del tiempo, que es cíclico y sujeto
a una perenne regeneración, lo que entre otras cosas permite nada menos que el
mantenimiento de la vida. Lo cierto es que en ninguna época de la historia se
ha concebido una cosa así. La existencia humana, como la de la naturaleza y la
del cosmos, que la envuelven, obedecen a flujos y reflujos, a subidas y
bajadas, pues ese es el ritmo y el latido de un Corazón omnipresente con el que
están acompasados todos los corazones y seres vivos del Universo. “Nada en exceso” decían
también aquellos filósofos de la Antigüedad. Ni progreso ni retroceso
indefinido, sino más bien una sabia combinación de ambos, pues en ese
equilibrio consiste el secreto de las sociedades que viven de acuerdo a la
Norma o Dharma Universal.
A veces, progresar es conservar, otras
regenerar lo conservado y cambiar lo que sea necesario para adaptarlo a las
nuevas condiciones cíclicas y temporales. Tres civilizaciones arcaicas como la
China, la Mesopotámica o la Egipcia, entre tantas otras, estaban en ese
"secreto". La duración de cada una de ellas se cuenta por miles de años,
mientras que la nuestra, la civilización moderna (incluida la posmoderna),
apenas si ha superado los trescientos. En aquellas civilizaciones, con la
llegada de una nueva dinastía que podía durar varios cientos de años se
renovaba todo aquello que debía ser renovado, pero se conservaba lo necesario,
o sea lo inmutable, las ideas-fuerza esenciales de esa civilización, que
entroncaba con los orígenes míticos y sagrados de la misma. Para que veamos la
enorme diferencia de mentalidad que nos separa de ellas, su idea de
"progreso" consistía en volver la mirada a sus orígenes atemporales,
el "retorno a las fuentes" para así mantener viva la memoria y la
realidad de esas ideas-fuerza dentro de la renovada cosmovisión [2]. Hemos de
tener en cuenta que aquellas sociedades estaban gobernadas por los más sabios y
por reyes-sacerdotes, que sabían leer en los “signos de su
tiempo” y estaban en permanente comunicación con los dioses y los hados del
destino. De todo esto podemos concluir con aquello que ya decían los maestros
medievales de la Escuela de Chartres: si cada nueva generación podía “ver más
lejos” no es porque fuese mejor que la anterior, sino porque iba subida encima
de sus hombros, o sea no se despreciaba la herencia cultural y espiritual recibida, sino todo lo contrario, pues
ella era el soporte para mantener viva, contemporáneamente, la llama del
Conocimiento.
III
Por consiguiente, craso error sería por
nuestra parte entregar a la “inteligencia artificial” el rango creador que
dentro del orden cósmico le pertenece al ser humano por estar formado "a
imagen y semejanza" del Macrocosmos. Es evidente que la humanidad actual
ha hecho dejación de sus funciones, y ese espacio lo ha ocupado el simulacro de
esa "inteligencia" dejada a su albur y sin control debido a su, ya sí
confesable, adoración idolátrica. Por eso mismo, y más que nunca, la Tradición
y sus valores perennes y eternos es nuestra Arca de salvación, nuestro castillo
interior, ese espacio que nos preserva de las "tinieblas exteriores"
y nos pone en comunicación con otras realidades más vírgenes de nuestra
conciencia al no estar contaminadas por esta vasta profanación de lo humano y
de lo sagrado que, salvo raras excepciones, ha acontecido durante el desarrollo
de las teorías que crearon el mundo en que vivimos. Pero acabar con esa enorme
ilusión no nos corresponderá a nosotros hacerlo, sino a ese rayo divino de que
habla San Mateo (24: 27-28) en los siguientes términos:
“Porque así como el relámpago sale del
Oriente y resplandece hasta el Occidente, así será la venida del Hijo del
Hombre. Donde esté el cadáver, allí se juntarán los buitres.”
Y el mismo apóstol nos recuerda:
“Sígueme, y deja que los muertos entierren
a sus muertos.” (Mateo 8: 22).
Lo cual es análogo a este otro
versículo:
"Busca primero el Reino y su
justicia, y todo te será dado por añadidura". (Mateo 6: 33).
En la red se habla mucho de “comunidades”,
entonces ¿por qué no una “comunidad del Espíritu”, o mejor aún, y para evitar
equívocos, una "comunidad del Conocimiento"?, entendiendo por este el
atributo principal de la Sabiduría, lo cual en el fondo no sería otra cosa que
una "reunión" en el espacio virtual de internet de personas
vinculadas solo y exclusivamente por su interés en la Sabiduría, bajo las
diversas formas que esta reviste, y subrayamos "reviste"
ya que este término nos conduce a uno de los sentidos que tiene el símbolo y
sus vehículos de conocimiento: el de "revelar", o sea "desvelar"
a la Sabiduría de sus "ropajes" para que se nos muestre en todo su
esplendor. El otro sentido que tiene el símbolo es el de "velar",
cubrir u ocultar lo que él está simbolizando, pues como se dice en el Zohar: "la
Sabiduría solo se revela a quien la ama". Y amantes de la Sabiduría son
desde luego los verdaderos filósofos en el sentido genuino y
primigenio de la palabra Filosofía ("amor a la Sabiduría"), que es el
mismo, en esencia, que el que nos brindan las enseñanzas de las diferentes tradiciones
y culturas del Oriente, o de cualquier lugar de la Tierra.
“Cada uno en su casa y Dios en la de
todos” podría ser el lema identificativo de esa genuina comunidad. Pero no hace
falta, pues de hecho eso es precisamente lo que facilita el Internet,
que es dual, como todo lo manifestado, o sea que tanto puede servir de
vehículo para lo constructivo como para lo destructivo. Pero lo que interesa
recalcar es que gracias a esta “herramienta” estamos conectadas personas que
sin ella no tendríamos seguramente la oportunidad de compartir nuestras
inquietudes y experiencias en el camino del Conocimiento. Los amantes de la
Sabiduría ven a Internet como la nueva plaza pública socrática, punto de
reunión de voluntades ejerciendo su libertad de pensamiento. Aunque a veces nos
desviemos por alguna distracción, se intenta retomar el rumbo con toda la buena
voluntad posible, sabiendo que finalmente “todos los caminos conducen al
Centro del Mundo”, donde cualquier dualidad u oposición cesan de inmediato.
Lo queramos o no, somos hijos de nuestro
tiempo, y siempre en cualquier época y circunstancia el “buscador de la Luz” ha
tenido que utilizar las herramientas que el siglo le ofrecía. Pero esto no
significa que comulguemos con "ruedas de molino". Desde la
perspectiva de los "amantes de la Sabiduría", ser internauta es sobre
todo navegar por un espacio que en verdad es el de nuestra alma, pues en ella
está todo nuestro ser presente. Si el Cosmos es una enorme caja de resonancia
musical que reproduce los acordes del diapasón divino como han señalado siempre
los verdaderos filósofos y maestros espirituales de todas las épocas, incluida
la nuestra, entonces ¿por qué no incorporarnos los herederos de su legado a esa
liturgia armónica con nuestro propio canto, resultado de numerosas
destilaciones alquímicas, y colaboramos así, conscientes de esa realidad, en
los planes del Gran Arquitecto del Universo, que no es otro que el Espíritu de
la Construcción Universal?
Qué otra cosa somos, en definitiva, sino
ese canto, esa palabra que ha sido fecundada y por tanto fecunda a su vez,
nuestro nombre verdadero, la quintaesencia de nuestro ser y la única simiente que
dejaremos depositada en el Arca que atraviesa las "aguas" del mundo
intermediario para arribar a una nueva “Tierra Prometida”, allende este Eón que
finaliza. Francisco Ariza
https://www.franciscoariza.com/
Notas
[1] Federico González Frías. La referencia al "panludo" está al
comienzo de su novela épica Defensa de Montjuïc por las Donas de
Barcelona.
[2] Esto
es lo que pasó precisamente en el Renacimiento, palabra que alude al
"renacer" del mundo clásico, de la filosofía de Platón y del Corpus
Hermeticum a mediados del siglo XV.