Juan Bautista, al igual que Juan Evangelista, son
modelos de la iniciación que, en el caso del esoterismo cristiano, tienen su
arquetipo en Jesús el Cristo. Todos ellos son estados del ser perfectamente
jerarquizados, los cuales están en potencia hasta que se actualizan. Lo mismo
sucede en la Masonería, estando Cristo simbolizado en este caso por el Gran
Arquitecto del Universo.
En el caso de Juan Bautista, esa actualización
manifiesta la grandeza y la dimensión de lo humano, y las formidables
esperanzas que alberga dicho estado de conocer su verdadero origen, que es
supra-humano. “De entre los nacidos de mujer, Juan [Bautista] es el más grande” (Mateo 11,
11). Palabras que sin duda alguna reconocen esa grandeza.
Sin embargo, ese reconocimiento es el “punto de
partida” que se necesita para realizar el recorrido hacia otros estados más
allá de lo humano, una potestad que en la Creación es prerrogativa del hombre,
hecho a imagen y semejanza del Ser Universal. Paradójicamente, ese “aumento”
producido por la atracción de la Voluntad del Cielo, va suponiendo una
“disminución” de lo humano, lo que se vive como un “sacrificio”, palabra que no
olvidemos quiere decir “hacer sacro”.
El propio Juan Bautista lo dice explícitamente en su
último testimonio:
“Es necesario que Él [Cristo] crezca, y que yo disminuya. El
que procede de arriba está por encima de todos; el que es de la tierra, procede
de la tierra y habla de la tierra. El que procede del cielo está sobre todos”
(Juan 3, 30).
En el contexto del simbolismo solsticial, estas palabras se
refieren a la disminución paulatina de la luz solar desde el solsticio de
verano hasta el solsticio de invierno, momento en que esa misma luz comienza de
nuevo a crecer.
Juan Bautista, lo humano, acepta su
“sacrificio”, después de haber “clamado” por años en el “desierto” la venida de
aquel que bautizará con el fuego del Espíritu. La esencia de lo humano es
albergar en su seno a ese “fuego” que “procede de arriba”. Todo lo demás, o
contribuye a hacer de ello una realidad fecunda, o no sirve absolutamente para
nada.
“Mas Él le dijo: Deja que los muertos entierren a sus
muertos; pero tú, ve y anuncia por todas partes el reino de Dios”. (Lucas 9,
60). Francisco Ariza
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