Hace muchos años, una vez soñé que en la montaña del
Tibidabo, concretamente en Vallvidrera (Barcelona) a donde iba con frecuencia
pues allí tenía buenos amigos, había numerosos restos de dinosaurios, algo así
como un cementerio de esos animales prodigiosos, con sus huesos y sus huellas
enormes dejadas en la superficie de las rocas. Dentro del sueño me transporté a
millones de años atrás. Lo he recordado ahora escuchando una canción que
hablaba de los dinosaurios, y también de “egocentrismo”. La letra decía algo
así: “¿quién soy yo cuando estoy fuera de mi?, ¿de dónde vengo y adónde voy?”
¿Qué significó aquel sueño? ¿Por qué soñé con un
cementerio de dinosaurios? ¿Fue premonitorio como tantos sueños? Pienso en lo
que dice René Guénon acerca de los “residuos psíquicos” dejados por una
civilización tradicional, o una organización iniciática, cuando las abandona el
espíritu vivificador. Pero no es exactamente eso, pues el espíritu continúa
vivo, ya que no muere nunca, aunque es verdad que él “sopla donde quiere” y
cuando quiere y a quien quiere. Entonces, ¿qué querían decir esos huesos y esas
huellas? Recompongo la imagen, y concluyo que los primeros expresan la
percepción del tiempo indefinido e inagotable, y las huellas son las del propio
Ser Universal, dejadas ahí para que la humanidad no se olvide de su presencia
inmanente y siga su rastro a través de la perennidad temporal.
Pero también cabría otra lectura o interpretación del
sueño, sin que sea contradictoria con la anterior. Sería esta: con ese espíritu
vivificador, que bien sabes que no te ha abandonado, lo mejor que puedes hacer
es alejarte de un mundo que ha acabado finalmente por petrificarse, un mundo
completamente profano y residual dentro de esta Divina Comedia creada por el
Gran Prestidigitador. Aléjate de ese mundo -más bien inmundo-, y no mires hacia
atrás como la mujer de Lot, no vaya a ser que acabes como ella, o te pierdas en
el abismo del Sheol, entre los muertos. Como dice el Evangelio que ellos se
entierren entre sí.
Obra como los héroes de la mitología. Como Jasón por
ejemplo, que se hizo acompañar por Atenea, la cual, además de infundirle
inteligencia y valor, le aconsejó sabiamente en la construcción de la nave
Argo, la que le llevaría a la mítica Cólquida, en el Oriente del mundo. Hazte
acompañar tú también por Atenea, o por cualquier otro dios, como Hermes, y que
te ayude a construir tu propia nave, tu vehículo interno.
Una vez en el proceloso mar sortea los numerosos
peligros que te acecharán, todos ellos formas de las densidades psíquicas.
Especialmente pon atención a las “rocas entrechocantes” que es el último
obstáculo que se interpone en el acceso a esa tierra virgen, a ese “otro mundo”
más real que ningún otro conocido. Sortéalas con cuidado y sobre todo con mucha
paciencia. Una vez salvados todos los obstáculos, apodérate sin vacilar del
“Vellocino de Oro” que cuelga de árbol-eje, sacrificando al noble Dragón que lo
protege. ¿Quién te impide vivir esa aventura arquetípica sino los fantasmas de
la mente? Despertarás del sueño al descubrir que nunca te fuiste de ti mismo
pues el Ser todo lo contiene y no hay nada que esté “fuera” de Él. Y los
dinosaurios que sigan en su cementerio. ¡Ciao! Francisco Ariza
https://franciscoariza.blogspot.com/
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