MISCELÁNEA DE PENSAMIENTOS HERMÉTICOS. Francisco Ariza

viernes, 22 de febrero de 2019

"MUSURGIA UNIVERSALIS", DE ATHANASIUS KIRCHER


En este grabado perteneciente a su obra Musurgia Universalis, el hermetista cristiano Athanasius Kircher (1602-1680) ha querido plasmar el origen celeste de la música y su repercusión en el alma humana, considerada como un instrumento musical que necesita ser afinado -perfeccionado- de acuerdo a los acordes emanados del diapasón divino. En la cosmovisión de Kircher, y en conformidad con otros maestros herméticos de su tiempo (Robert Fludd, Johannes Mylius, etc.), la articulación armónica de la Música Universal se expresa mediante el canto de los nueve coros angélicos situados en torno al Delta Luminoso, símbolo de la Triunidad ontológica y coronación de toda la Obra creacional, al mismo tiempo que “pasaje” a los estados metafísicos y supracósmicos.

Athanasius Kircher, "Musurgia Universalis", 1650.

Como en otras partes de su obra, Kircher está formulando aquí la idea de la Armonía de las Esferas como era concebida en la Edad Media y el Renacimiento, es decir como una síntesis entre la filosofía pitagórico-platónica y la tradición judeo-cristiana, nutrida esta última del pensamiento que Dionisio Areopagita vierte en Las Jerarquías Celestes, un tratado que en realidad versa sobre los estados superiores del ser desde la perspectiva cristiana, influida, en el caso de Dionisio, por Proclo, el gran intérprete de Platón. Un ejemplo de esa síntesis lo vemos precisamente en el número de esas jerarquías celestes, o angélicas, que son 9 al igual que las Musas, presentes en este grabado a través de Polimnia, la cual aparece en la parte inferior derecha del grabado, formando “pareja” con Pitágoras situado a la izquierda del mismo.

Podemos observar que en la banderola sostenida por lo que parece ser dos querubines está escrita una leyenda que alude a cuatro cánones distribuidos en esos nueve coros de ángeles, lo que da un total de 36 voces (9 x 4 = 36), conformando así el modelo polifónico por excelencia de la música occidental hasta el final del Renacimiento. Dicho modelo interpreta la melodía del Verbo o Logos original en cuatro compases o intervalos diferentes, dando lugar propiamente hablando a la Armonía de las Esferas, simbolizada por el globo celeste rodeado por la banda del Zodíaco.

Una figura femenina aparece encima del orbe coronada de laurel. Ella representa a la Música sosteniendo en sus manos la lira de Apolo –o de Orfeo- y la flauta de Pan, los dos instrumentos de cuerda y de viento, respectivamente, que acompañan las voces del canto celeste en la gestación de la Armonía Universal, concebida como la “arquitectura del logos” (es decir del Verbo), en palabras de Federico González, quien añade que:

la música es la manifestación de un gesto primigenio que se resuelve en canto y danza; es la irrupción del tiempo en un espacio arquetípico y la necesaria incorporación del movimiento que dinamiza la totalidad del ámbito vital” (Simbolismo y Arte, cap. VII).

En efecto, los coros angélicos del grabado de Kircher están graficando estas palabras de Federico, pues al tiempo que cantan ellos danzan en torno al centro arquetípico, que lo llena todo con el esplendor de su luz intangible, pero que se hace tangible a través del espacio (que “es la sutilísima luz” al decir de Proclo), el cual permite el movimiento y la danza como expresión de la cadencia o encadenamiento armónico de la Música del Mundo.

Pitágoras, a la izquierda de la imagen, señala con la mano derecha su famoso Teorema, donde se halla precisamente la “clave” numérica para determinar las distintas proporciones e intervalos de la cadencia musical, que el propio Pitágoras estableció utilizando el monocordio (literalmente “una cuerda”), cuya vibración dentro del diapasón divino hace posible vincular las cosas del cielo con las de la tierra. Esa clave numérico-musical en realidad se le revela a Pitágoras en los distintos sonidos producidos por los martillos en el yunque de una herrería, que aquí está ubicada en el interior de la tierra, representada como un útero o matriz donde cristalizan las energías más altas en forma de metales y piedras preciosas.

Sin embargo, Kircher dibuja no una cueva, sino más bien la forma de una oreja, indicando así que la Tierra es un ser vivo que tiene en su interior oídos capaces de captar las vibraciones armónicas de la Música del Cosmos, y de reproducirlas, exactamente igual que el ser humano, o sea el Microcosmos. Recordemos que Kircher empleó la palabra Geocosmos para referirse precisamente a la Tierra como un orden incrustado dentro del Orden Universal, que no es otro que el Macrocosmos.

La Magia Natural y la Teúrgia se basan en estas correspondencias entre los planos sutiles y corpóreos del cosmos. Es lo que está indicando el mismo Pitágoras cuando con su mano izquierda señala el interior de la tierra, estableciendo con ello una relación entre los tres mundos: el celeste, el terrestre y el subterráneo, es decir entre “lo de arriba y lo de abajo”. A nuestro entender la “Musurgia Universalis” de Kircher se fundamenta en esa inteligente y reveladora combinación entre la ciencia de Pitágoras y el arte de las Musas, representadas aquí por Polimnia, la bella de “la danza y los cantos sagrados”. Francisco Ariza

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