MISCELÁNEA DE PENSAMIENTOS HERMÉTICOS. Francisco Ariza

viernes, 1 de febrero de 2019

SOBRE LA PALABRA "ADEPTO"


En la Nota Preliminar que hice al texto “La Mujer-Sabiduría en Dante y los Fieles de Amor” de Luigi Valli, puse una cita de René Guénon en la que se aludía al “adepto” como aquella persona que había alcanzado un alto grado o estado espiritual, que es la significación que él siempre le dio en los libros donde trató el tema de la iniciación. Esta cita venía a propósito de los “abusos” que se hacían y se siguen haciendo de este término, donde muchos pueden autodenominarse “adeptos”, o “adeptos herméticos”, por el simple hecho de haber leído un par de libros sobre la iniciación, cuando ni tan siquiera siguen una Tradición o vía de Conocimiento. En caso contrario, o sea en caso de seguir esa vía de Conocimiento, sí tendría sentido el empleo de la palabra adepto, que puede tener varias acepciones o lecturas, como símbolo que es en realidad.

Evidentemente, la más elevada es la que le da Guénon, y a ella nos acogimos en ese momento teniendo en cuenta el contexto de lo que se estábamos diciendo en la Nota Preliminar. Pero con esto no obviábamos esas otras lecturas, y ni mucho menos las negábamos, lecturas que derivarían justamente de ese significado más elevado, como es propio de una estructura que, como toda vía iniciática, está articulada a imagen de la arquitectura cósmica, en el vértice de la cual mora el Ser Único, o Gran Arquitecto del Universo, en Sí Mismo inmanifestado.

“Adepto” sería entonces todo aquel que se entrega por entero a aquello que va comprendiendo y asimilando dentro de la vía de Conocimiento, y hace que su vida sea coherente con ello por su propia efectividad, o sea por su capacidad real, y no imaginaría, de transmutarla por el fuego sutil del Amor a la Sabiduría. Es estar “unido”, “adherido”, “incorporado” o “ligado” a ese Conocimiento mismo, vehiculado por una Tradición verdadera.

Sería pues esa “ligazón” lo que los hace “aptos”, es decir “cualificados”, para recibir en sus corazones la recepción de la influencia espiritual-intelectual, imprescindible para alcanzar ese estado interior que es el centro de su ser, donde no “hay acepción de personas”, y donde todos seremos “consumados en la Unidad”. Francisco Ariza 
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