MISCELÁNEA DE PENSAMIENTOS HERMÉTICOS. Francisco Ariza

martes, 9 de abril de 2019

LA PIEDRA FILOSOFAL


La Iniciación Hermética tiende permanentemente hacia la ontología mediante el conocimiento ordenado de la cosmogonía. Un conocimiento que no es solo teórico, sino que se simultanea con la transmutación de la psique humana generada por la comprensión y efectivización de las ideas reveladas a través de los símbolos apropiados, entre ellos los de la Alquimia, análogos a los de la construcción, como es el caso de la piedra filosofal y la piedra angular, “clave de bóveda” de todo el edificio cósmico.

En ese proceso de transmutación el alma humana pasa por los “tres colores” de la Magna Obra, o Arte Real alquímico y constructivo: el negro (putrefacción o muerte, piedra bruta), el blanco (regeneración psíquica, piedra cúbica) y el rojo (renacimiento espiritual, piedra angular o piedra filosofal), equiparables en el Árbol de la Vida cabalístico a los mundos de Yetsirah, Beriyah y Atsiluth, respectivamente. Es este último mundo el propiamente ontológico, pues se refiere al conocimiento directo (es decir no mediatizado) del Ser Universal, o Gran Arquitecto del Universo, uno de cuyos símbolos más característicos es precisamente el Delta luminoso, que es el triángulo equilátero, símbolo de la Tri-unidad de los principios ontológicos. Moisés, ante la contemplación de la “zarza ardiente”, sintetizó esos principios en la siguiente fórmula: “El Ser Es el Ser”. No hay, didácticamente hablando, mejor manera de explicar la idea de la Unidad divina.

Hablando de este simbolismo, Federico González, en su libro Hermetismo y Masonería, equipara la piedra filosofal con el diamante, el cual representa la idea de perfección dentro del mundo mineral, aunque advierte que antes hay que llegar al oro, equiparándolo con el Sol y el Jardín del Paraíso, al que la Cábala sitúa precisamente en el mundo de Beriyah, concretamente en la esfera o sefirah Tifereth, el “corazón” del Árbol de la Vida. Tifereth en hebreo significa “Belleza”, también “Esplendor” y “Armonía”, nombres todo ellos referidos a la magnificencia del Orden cósmico como proyección o emanación de los principios ontológicos. Por eso, añade Federico González, la piedra filosofal:

molida es el polvo de proyección o sea la posibilidad demiúrgica por medio de los teúrgos y, licuada, el Elixir de Inmortalidad, símbolo de la regeneración y del paso a distintos estados de existencia del Ser Universal”.

Entre esos estados están también los de no manifestación cósmica, que son justamente los estados ontológicos, los del Ser en Sí Mismo, que no siendo otro cosa que Sí Mismo tiene, además, la posibilidad de No Ser, o sea la posibilidad de lo supracósmico y lo metafísico.

De ahí que el símbolo o imagen cabalística que mejor representa al Ser como tal sea la “Corona”, Kether, la primera sefirah, la cual se sitúa encima de todo el Edificio Cósmico (constituido en la cosmogonía hermética por la Tierra, el Mundo Intermediario y el Cielo).  Está por encima porque es la piedra angular, o “piedra cimera”, dicho en términos constructivos. Pero no pertenece a esa Edificación, que gira en torno suyo como gira el cielo entero alrededor de la Estrella Polar, de la cual dice el Sefer ha Zohar(el “Libro del Esplendor”) que está situada en un “lugar que no es”.

“Despierta de lo profundo del Hades, y sal de las tinieblas; despierta y prorrumpe de las tinieblas. En verdad, tú has asumido el estado espiritual y divino: la voz de la resurrección ha hablado; el Fármaco de Vida ha penetrado en ti”. (“Colección de Alquimistas Griegos”). Francisco Ariza

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