La
Iniciación Hermética tiende permanentemente hacia la ontología mediante el
conocimiento ordenado de la cosmogonía. Un conocimiento que no es solo teórico,
sino que se simultanea con la transmutación de la psique humana generada por la
comprensión y efectivización de las ideas reveladas a través de los símbolos
apropiados, entre ellos los de la Alquimia, análogos a los de la construcción,
como es el caso de la piedra filosofal y la piedra angular, “clave de bóveda”
de todo el edificio cósmico.
En ese
proceso de transmutación el alma humana pasa por los “tres colores” de la Magna
Obra, o Arte Real alquímico y constructivo: el negro (putrefacción o muerte,
piedra bruta), el blanco (regeneración psíquica, piedra cúbica) y el rojo
(renacimiento espiritual, piedra angular o piedra filosofal), equiparables en
el Árbol de la Vida cabalístico a los mundos de Yetsirah,
Beriyah y Atsiluth,
respectivamente. Es este último mundo el propiamente ontológico, pues se
refiere al conocimiento directo (es decir no mediatizado) del Ser Universal, o
Gran Arquitecto del Universo, uno de cuyos símbolos más característicos es
precisamente el Delta luminoso, que es el triángulo equilátero, símbolo de la
Tri-unidad de los principios ontológicos. Moisés, ante la contemplación de la
“zarza ardiente”, sintetizó esos principios en la siguiente fórmula: “El Ser Es
el Ser”. No hay, didácticamente hablando, mejor manera de explicar la idea de
la Unidad divina.
Hablando
de este simbolismo, Federico González, en su libro Hermetismo
y Masonería, equipara la piedra filosofal con el diamante, el cual
representa la idea de perfección dentro del mundo mineral, aunque advierte que
antes hay que llegar al oro, equiparándolo con el Sol y el Jardín del Paraíso,
al que la Cábala sitúa precisamente en el mundo de Beriyah,
concretamente en la esfera o sefirah Tifereth, el “corazón” del Árbol de la Vida. Tifereth en hebreo significa “Belleza”, también
“Esplendor” y “Armonía”, nombres todo ellos referidos a la magnificencia del
Orden cósmico como proyección o emanación de los principios ontológicos. Por
eso, añade Federico González, la piedra filosofal:
“molida es el polvo de proyección o sea la posibilidad
demiúrgica por medio de los teúrgos y, licuada, el Elixir de Inmortalidad,
símbolo de la regeneración y del paso a distintos estados de existencia del Ser
Universal”.
Entre esos
estados están también los de no manifestación cósmica, que son justamente los
estados ontológicos, los del Ser en Sí Mismo, que no siendo otro cosa que Sí
Mismo tiene, además, la posibilidad de No Ser, o sea la posibilidad de lo
supracósmico y lo metafísico.
De ahí que
el símbolo o imagen cabalística que mejor representa al Ser como tal sea la
“Corona”, Kether, la primera sefirah,
la cual se sitúa encima de todo el Edificio Cósmico (constituido en la
cosmogonía hermética por la Tierra, el Mundo Intermediario y el Cielo). Está
por encima porque es la piedra angular, o “piedra cimera”, dicho en términos
constructivos. Pero no pertenece a esa Edificación, que gira en torno suyo como
gira el cielo entero alrededor de la Estrella Polar, de la cual dice el Sefer ha Zohar(el “Libro del Esplendor”) que está
situada en un “lugar que no es”.
“Despierta de lo profundo del Hades, y sal de las tinieblas;
despierta y prorrumpe de las tinieblas. En verdad, tú has asumido el estado
espiritual y divino: la voz de la resurrección ha hablado; el Fármaco de Vida
ha penetrado en ti”. (“Colección de Alquimistas Griegos”). Francisco Ariza
https://franciscoariza.blogspot.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario