Cuando lo
desconocido se hace conocido, y lo conocido de pronto resulta ser un misterio
aún más insondable, hasta el punto que todas nuestras “seguridades” se
derrumban como un castillo de naipes; cuando recorremos el eje vertical de los
mundos en ambas direcciones y quedamos “suspendidos” entre los dos “caos”, el
inferior y el superior; cuando lo que creíamos luz resulta que son tinieblas, y
lo que eran tinieblas son en realidad más luminosas que la luz…, ha de haber,
tiene que haber necesariamente, un ámbito en nuestra conciencia tan
extremadamente simple que ni siquiera existe (o sea que “no es”) donde todas
esas paradojas se encuentren de alguna manera conciliadas, haciéndonos
experimentar la ignorancia como una liberación y como la esencia misma de la
Sabiduría. ¿Es esto quizá lo más cercano a la “docta ignorancia” de que habla
Nicolás de Cusa?
Estas palabras
han surgido tras meditar en el acápite “¿Docta Ignorancia o Ignorancia Docta?”
perteneciente a “Introducción a la Ciencia Sagrada.
Programa Agartha”, de Federico González y Colaboradores. Allí
podemos leer:
“Como bien se ha dicho, existe una gran diferencia entre la
‘docta ignorancia’, llamada así por Nicolás de Cusa al querer explicar aquellos
estados que tan bien describe la ‘teología negativa’, y otra, por cierto, la
simple ignorancia general, que por ser tal se presta a la complicidad con el éxito,
o la hipócrita bendición oficial, o lo que exige la moda y el mercado. Ambas
están invertidas, en los extremos de la polaridad, y los seres que encarnan
estas realidades son opuestos; los primeros experimentan el no saber, los
segundos, los ‘doctores’ ignorantes, no saben del saber y por lo tanto creen
que los demás tampoco saben, y eso los hace capaces de fingir saber.”
O sea,
defendámonos de los “sofistas” de nuestro tiempo, tan inicuos para la evolución
espiritual como los que denunciaba Sócrates en el suyo. Son lenguas “sibilinas”
que intentan engañarnos y confundirnos con su verbo infecundo, pues aunque en
muchos casos “han sido llamados” (en el sentido que esta expresión tiene en los
Evangelios) apostaron finalmente por “fingir saber”, con lo cual la entrada en
el “arca” la tienen cerrada hasta que no haya una verdadera “rectificación”,
que siempre es alquímica pues tiene que ver con la sublimación y transmutación
de lo denso en lo sutil, de lo profano en lo sagrado.
Cosa
difícil, por otro lado, pues el orgullo “de saber que se sabe” (todo lo
contrario de “saber que no se sabe”) es
demasiado fuerte. Esto es lo que ocurre cuando no se rompe definitivamente el
espejo (speculum) que la vana erudición ha ido
incubado en nuestra conciencia creando una separación ficticia entre lo que
conocemos y lo que somos, cuando en verdad todo conocimiento es una identidad
entre el que conoce y lo conocido. Pero la ridícula soberbia nos impide “oír”
esas voces que la Inteligencia profiere en nuestro interior, y que necesitan
manifestarse y “salir a la luz” para hacernos ver que quien se mira en realidad
en ese “espejo” es una de las miles de máscaras que adopta el Gran Ilusionista
para seguir siendo el dueño de nuestra vida, que solo pertenece al Ser.
Precisamente,
es en momentos como estos cuando cobran pleno sentido las siguientes palabras
que el propio Federico González escribe en su Diccionario
de Símbolos y Temas Misteriosos (entrada Necesidad):
“La máxima aspiración es posible cuando no se destruyan o
contaminen las vías de acceso a ella, teniendo en cuenta que la Sabiduría nace
de la necesidad que es el único camino seguro para llegar a la verdad.
El universo nació efectivamente por la combinación de la
Necesidad y la Inteligencia (Platón, Timeo 48).” Francisco Ariza
https://franciscoariza.blogspot.com/
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