Nuestro amigo Carlos García, en un
comentario a la nota anterior “Símbolos Herméticos del Camino de Santiago (I parte)”,
nos ha hecho una pregunta que por su pertinencia creo que merece una amplia
contestación. La pregunta es: “¿Somos un Camino y proceso inacabados?” Es
evidente que es así, pues de lo contrario no habría en nosotros la necesidad de
“iniciar un camino” y el proceso que ello conlleva, que en realidad es el de la
propia vida. Así lo expresa el camino de Santiago con los códigos propios de
una cultura, que es la nuestra. Pero el Tao-Te-King chino dice lo mismo: “Un camino de mil
millas comienza ante tus pies”.
Esto está estrechamente relacionado con
las tres preguntas fundamentales de la Filosofía, a saber: “¿quién soy”?, “¿de
dónde vengo?”, “¿a dónde voy?” La primera pregunta es la que nos espolea y nos
pone “en el camino”, que no es otro que el camino del Conocimiento, o del
autoconocimiento, pues siempre se “es” aquello que se conoce. Es la pregunta
que constantemente está presente hasta que no se resuelve el problema de
nuestra identidad. Podríamos decir que es la pregunta “central”, que vuelve a
reiterarse cada vez que creemos ilusoriamente que ya hemos llegado al final del
camino, cuando en verdad no estábamos sino una etapa del mismo.
A veces hay que deshacer todo el camino
y empezar de nuevo, como cuando en el “juego de la oca” (con el que el camino
de Santiago guarda muchas similitudes) el jugador llega a una casilla que no
solo le impide seguir sino que le envía nuevamente al comienzo de la “partida”
(nunca mejor dicho), y esto puede sucederle numerosas veces. Parece que no se
avanza, pero en realidad no es así, y además esta es la única manera en que se
puede avanzar de verdad en un camino de grandes contrastes como es el camino
iniciático y hermético.
En realidad todo esto forma parte de las
“pruebas purificadoras”, que traen consigo el desarrollo de nuestras cualidades
innatas, las cuales estaban ocultas y replegadas como un germen, apenas
virtuales, como está la “piedra cúbica” potencialmente oculta en la “piedra
bruta”, y solo la paciencia y la perseverancia del operario pueden ir dándole
su forma definitiva y acabada, encontrando no obstante su plenitud y “perfección”
cuando se transforme en “piedra cúbica en punta”, lo cual equivale a haber
hallado la “piedra filosofal”.
Aquí no vale aparentar que “estamos” en
el camino por el hecho de haber aprendido ciertas correspondencias y analogías
simbólicas entre el hombre y el cosmos, sino que el caminante tiene que
“entregarse por entero” a algo que desconoce completamente, que es un Misterio,
y que solo su fe en él lo sostiene en pie, y sin esperar nada a cambio, pues
quizá el “secreto de la obra” está precisamente en entregarse a dicho Misterio
en cuerpo, alma y espíritu. De algún modo se “descubre” que lo realmente
importante es participar en el “juego” y caminar sin temor por los senderos de
la Sabiduría, abandonándonos en sus brazos, como recomienda el profeta Jeremías
(6:16) cuando nos exhorta a ir por el “buen camino”, lo cual requiere haberse
perdido y encontrado previamente numerosas veces por el “laberinto de nuestras
dudas”, en palabras de Federico González.
“Vuelve, alma mía, a tu reposo, porque
el Señor te ha colmado de bienes”. (Salmos 116: 7).
Entonces, llegados a ese punto, las
preguntas, ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, y ¿a dónde voy? ya no tiene mucho
sentido planteárselas. Han formado parte más bien del “juego especular de la
mente”, pues nunca hemos dejado de Ser lo que somos, en presente, y además siempre venimos
del Sí Mismo y hacia el Sí Mismo vamos, puesto que no hay otro Ser que el Ser. Francisco Ariza
https://franciscoariza.blogspot.com/
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