Quién no se ha lamentado alguna vez de ciertos errores
cometidos en el pasado y a continuación se ha dicho a sí mismo: “si pudiera
volver atrás…”. Evidentemente hacia atrás no podemos volver, y lo que está
hecho ahí quedó, como una foto fija e inamovible. A esto los antiguos llamaban fatum,
“fatalidad”, pero en sentido restringido, pues este término también significa
destino, de ahí los “hados del destino” en referencia a las energías de los
astros, que influyen pero no determinan.
Sin embargo, las consecuencias de aquella
acción errónea del pasado, teñida de fatum, que cometimos bien por
ignorancia, soberbia, o por cualquier otro motivo, y que de tanto en tanto nos
perturba y nos duele como una herida mal cicatrizada, esas consecuencias,
decimos, sí pueden ser “rectificadas” operando directamente sobre ellas, lo
cual solo es posible comprendiendo la causa, o causas, de aquella acción
errónea. No es el pasado el que vuelve, sino las consecuencias de nuestros
actos (el karma). Es en este sentido que se dice que estamos
condicionados por el pasado.
Sin embargo, Federico González en alguna ocasión afirmó algo que está directamente relacionado con lo que estamos diciendo, a saber: que “la comprensión del presente borra los pecados, o los errores, del pasado”. En efecto, si logramos comprender las causas de nuestros errores, las consecuencias de los mismos en el presente quedarán por ello mismo neutralizadas, y ese equilibrio roto en alguna parte de nuestro ser se encontrará nuevamente restaurado.
Naturalmente, en esa comprensión va incluido el “arrepentimiento”, que es una forma de la rectificación, palabra que contiene la idea de rectitud y por tanto de eje, como hemos señalado en diversas ocasiones. Por eso no valen los autoengaños.
Hay un “ojo que todo lo ve” del
que no podemos sustraernos ya que se trata de nuestra propia “conciencia
vigilante”, cuya naturaleza es conforme con el dharma, que es una manera
de denominar la Justicia divina en tanto que expresa la Ley o Norma universal,
ya sea a nivel macrocósmico como microcósmico. Es a esa conciencia a la que
tarde o temprano tendremos que rendir cuentas de nuestras acciones, para así
liberarnos de sus consecuencias, cualquiera que estas sean, pues si bien
ponemos el acento en los errores, también debemos liberarnos de nuestros
supuestos “aciertos”, que igualmente pueden condicionarnos. De hecho es de los
errores de los que mejor y más rápidamente se aprende, como dicta la propia
experiencia.
En cualquier caso, toda rectificación que se haga bajo
estos parámetros es en sí misma un rito, palabra que contiene en su etimología
la idea de un “orden” interno, de ahí su fuerza y poder de “sanación”, mucho
más eficaz que cualquier visita al psicólogo (valga la ironía), pues no se
pueden curar los “males del alma” sin salir de la esfera donde estos se
producen. Somos prisioneros encerrados en la caverna de que habla Platón en la República,
donde solo se proyectan sombras de objetos y cosas iluminados por un fuego que
arde en la parte superior de la misma, y sólo cuando los prisioneros se dan
cuenta de que además de este fuego existe la luz del Sol, mucho más potente y
que penetra en la caverna por su parte más alta y cenital, es cuando
verdaderamente desean salir de la caverna tenebrosa, que es como una burbuja
flotando en el inconmensurable cuerpo luminoso de Visnú, el dios que restaura
los permanentes desequilibrios de la Vida cósmica, así sea del conjunto de
esta, o la de un mundo y de cada una de las criaturas que lo habitan.
Ciertamente, comprender esto requiere de un trabajo
previo llevado a cabo con el auxilio y la guía de una Tradición sapiencial,
entregándonos a su enseñanza y procurando asimilarla sin los anteojos de los
prejuicios, en su gran mayoría heredados del medio socio-cultural y familiar.
Mediante esa guía, efectivamente comprenderemos con la mente y el intelecto,
pero actuaremos bajo el impulso de la voluntad. Solo el conocimiento puede
liberarnos del encadenamiento de causas y efectos, pero es requisito
indispensable “querer” de verdad esa liberación.
Cuando esto es así, ese “querer” encontrará eco en el
“Querer” del Gran Arquitecto, que es su propia Voluntad, inseparable de la
Inteligencia (o Providencia) que gobierna el Mundo. Bajo esa perspectiva
completamente nueva veremos que los errores que hayamos cometido a nivel
individual habrán sido en realidad notas discordantes que finalmente
concurrirán en el gran concierto de la Armonía Universal. Será entonces cuando
nuestro karma, o el conjunto de todas nuestras acciones, pasadas,
presentes e incluso futuras, estarán en conformidad con el dharma,
habiéndonos sumado a un Orden, “que es su Nombre”, y nuestro verdadero destino.
Francisco
Ariza
https://franciscoariza.blogspot.com/
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