MISCELÁNEA DE PENSAMIENTOS HERMÉTICOS. Francisco Ariza

domingo, 4 de agosto de 2019

"LA COMPRENSIÓN DEL PRESENTE BORRA LOS ERRORES DEL PASADO"


Quién no se ha lamentado alguna vez de ciertos errores cometidos en el pasado y a continuación se ha dicho a sí mismo: “si pudiera volver atrás…”. Evidentemente hacia atrás no podemos volver, y lo que está hecho ahí quedó, como una foto fija e inamovible. A esto los antiguos llamaban fatum, “fatalidad”, pero en sentido restringido, pues este término también significa destino, de ahí los “hados del destino” en referencia a las energías de los astros, que influyen pero no determinan.

Sin embargo, las consecuencias de aquella acción errónea del pasado, teñida de fatum, que cometimos bien por ignorancia, soberbia, o por cualquier otro motivo, y que de tanto en tanto nos perturba y nos duele como una herida mal cicatrizada, esas consecuencias, decimos, sí pueden ser “rectificadas” operando directamente sobre ellas, lo cual solo es posible comprendiendo la causa, o causas, de aquella acción errónea. No es el pasado el que vuelve, sino las consecuencias de nuestros actos (el karma). Es en este sentido que se dice que estamos condicionados por el pasado.

Sin embargo, Federico González en alguna ocasión afirmó algo que está directamente relacionado con lo que estamos diciendo, a saber: que “la comprensión del presente borra los pecados, o los errores, del pasado”. En efecto, si logramos comprender las causas de nuestros errores, las consecuencias de los mismos en el presente quedarán por ello mismo neutralizadas, y ese equilibrio roto en alguna parte de nuestro ser se encontrará nuevamente restaurado.

Naturalmente, en esa comprensión va incluido el “arrepentimiento”, que es una forma de la rectificación, palabra que contiene la idea de rectitud y por tanto de eje, como hemos señalado en diversas ocasiones. Por eso no valen los autoengaños. 

Hay un “ojo que todo lo ve” del que no podemos sustraernos ya que se trata de nuestra propia “conciencia vigilante”, cuya naturaleza es conforme con el dharma, que es una manera de denominar la Justicia divina en tanto que expresa la Ley o Norma universal, ya sea a nivel macrocósmico como microcósmico. Es a esa conciencia a la que tarde o temprano tendremos que rendir cuentas de nuestras acciones, para así liberarnos de sus consecuencias, cualquiera que estas sean, pues si bien ponemos el acento en los errores, también debemos liberarnos de nuestros supuestos “aciertos”, que igualmente pueden condicionarnos. De hecho es de los errores de los que mejor y más rápidamente se aprende, como dicta la propia experiencia.

En cualquier caso, toda rectificación que se haga bajo estos parámetros es en sí misma un rito, palabra que contiene en su etimología la idea de un “orden” interno, de ahí su fuerza y poder de “sanación”, mucho más eficaz que cualquier visita al psicólogo (valga la ironía), pues no se pueden curar los “males del alma” sin salir de la esfera donde estos se producen. Somos prisioneros encerrados en la caverna de que habla Platón en la República, donde solo se proyectan sombras de objetos y cosas iluminados por un fuego que arde en la parte superior de la misma, y sólo cuando los prisioneros se dan cuenta de que además de este fuego existe la luz del Sol, mucho más potente y que penetra en la caverna por su parte más alta y cenital, es cuando verdaderamente desean salir de la caverna tenebrosa, que es como una burbuja flotando en el inconmensurable cuerpo luminoso de Visnú, el dios que restaura los permanentes desequilibrios de la Vida cósmica, así sea del conjunto de esta, o la de un mundo y de cada una de las criaturas que lo habitan.

Ciertamente, comprender esto requiere de un trabajo previo llevado a cabo con el auxilio y la guía de una Tradición sapiencial, entregándonos a su enseñanza y procurando asimilarla sin los anteojos de los prejuicios, en su gran mayoría heredados del medio socio-cultural y familiar. Mediante esa guía, efectivamente comprenderemos con la mente y el intelecto, pero actuaremos bajo el impulso de la voluntad. Solo el conocimiento puede liberarnos del encadenamiento de causas y efectos, pero es requisito indispensable “querer” de verdad esa liberación.

Cuando esto es así, ese “querer” encontrará eco en el “Querer” del Gran Arquitecto, que es su propia Voluntad, inseparable de la Inteligencia (o Providencia) que gobierna el Mundo. Bajo esa perspectiva completamente nueva veremos que los errores que hayamos cometido a nivel individual habrán sido en realidad notas discordantes que finalmente concurrirán en el gran concierto de la Armonía Universal. Será entonces cuando nuestro karma, o el conjunto de todas nuestras acciones, pasadas, presentes e incluso futuras, estarán en conformidad con el dharma, habiéndonos sumado a un Orden, “que es su Nombre”, y nuestro verdadero destino. Francisco Ariza

https://franciscoariza.blogspot.com/

No hay comentarios:

Publicar un comentario